miércoles, 15 de octubre de 2025

El corazón del ministerio quíntuple


La iglesia del Señor Jesucristo no es una organización humana; es el cuerpo vivo de Cristo en la tierra. Para que el cuerpo funcione “decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40), Dios levanta líderes responsables con el propósito de cuidar y edificar a Su pueblo (Efesios 4:11-16; Hechos 6:1–7; Tito 1:5). Los ministerios mencionados en Efesios 4:11 son una provisión divina para que la iglesia sea saludable, madura y capaz de cumplir la misión de Dios. Estos no son títulos honoríficos ni posiciones de prestigio; son regalos de Cristo a la iglesia, expresiones de su multiforme gracia (1 Pedro 4:10). Ellos tienen un propósito muy claro: equipar al pueblo de Dios para la obra del ministerio.


[1] El propósito de los dones: capacitar al pueblo de Dios
El apóstol Pablo declara: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:11–12, RVR1960).

La palabra griega katartismós, traducida como “perfeccionar”, significa restaurar, preparar, ajustar o poner en su lugar (VINE, 1999). Así como un médico reacomoda un hueso fracturado o un pescador repara su red (Marcos 1:19), los ministerios están llamados a restaurar a los creyentes, ayudándolos a funcionar dentro del cuerpo de Cristo como Dios quiere.

Por eso, el liderazgo espiritual no consiste en que este haga todo, sino en equipar a otros para servir. Los dones ministeriales no son un fin en sí mismos, sino instrumentos del Espíritu Santo para liberar el potencial de cada creyente. La siguiente verdad se aplica a todos los dones: “A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Corintios 12:7, NBLA). “Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10, NBLA).

Una iglesia sana no depende de unos pocos líderes carismáticos, sino de una comunidad donde todos sirven según el don que recibieron. Para que esto ocurra, hay que formar discípulos maduros que edifiquen a otros. Los ministerios nombrados en Efesios 4:11 juegan un papel importante en este proceso.

[2] El proceso del crecimiento espiritual
El ministerio cristiano no se trata solo de programas, actividades o eventos. Pablo enfatiza que la meta es hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13, RV60).

El verdadero propósito del discipulado es que cada creyente sea transformado a la imagen de Jesús (Romanos 8:29; Gálatas 4:19). El crecimiento espiritual no se mide solo por lo que sabemos, sino por cómo se transforma nuestro carácter, nuestras actitudes, nuestra obediencia diaria y el servicio. Nos tenemos que medir con Cristo y no según parámetros humanos.

Para lograr la transformación mencionada, los ministerios están llamados a enseñar la Palabra (2 Timoteo 4:1–5), modelar humildad y servicio (Juan 13; Filipenses 2:1–11) y pastorear con amor (1 Pedro 5:1–3). Su meta no es producir admiración, sino formar discípulos maduros que vivan como Cristo y sepan discernir entre el bien y el mal (Hebreos 5:11-14).

[3] Los frutos de un ministerio maduro
Cuando los dones ministeriales funcionan según el diseño divino, la iglesia manifiesta tres frutos esenciales:

a. Unidad espiritual.
El Espíritu Santo produce comunión entre los creyentes (Hechos 2:42). La unidad no significa uniformidad, sino propósito compartido: todos mirando a Cristo como la Cabeza. “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe” (Efesios 4:13). “Teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Filipenses 2:2).

b. Estabilidad doctrinal.
Cuando los ministerios enseñan la verdad en amor, la iglesia no va a ser arrastrada “por todo viento de doctrina” (Efesios 4:14). La madurez y firmeza espiritual protegen contra las modas religiosas y los falsos maestros. El llamado a los ministerios y a toda la iglesia es: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado... que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15, RV60).

c. Amor activo.
El amor es el fruto central del crecimiento cristiano (Romanos 12:9-10). Pablo dice que el cuerpo se edifica “en amor” (Efesios 4:16). Sin amor, los dones pierden su propósito (1 Corintios 13:1–3).

[4] Cristo: la Cabeza y fuente de todo crecimiento
En el corazón del ministerio quíntuple está Cristo mismo. Él es la Cabeza de la iglesia, de quien fluye toda vida, dirección y poder. Pablo lo expresa así:  “Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí… recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4:15–16, RV60).

El verdadero éxito ministerial no se mide por el tamaño de la congregación, sino por la centralidad de Cristo. Una iglesia puede tener estructura y programas, pero si no fluye la vida desde la Cabeza, se convierte en un cuerpo sin movimiento. Cristo es el centro, Él es la cabeza y la fuente de vida y la dirección de la iglesia, el que la mueve, la sostiene y la hace crecer y al que le pertenece el Reino, el poder y la gloria (Efesios 1:22-23; 2:19-21; Colosenses 1:18; 2:19; 1 Corintios 3:11; Juan 15:4-5; Romanos 11:36; Apocalipsis 5:12-13). Jesús dice: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5, RV60). Cuanto más centrado esté un ministerio en Cristo, más reflejará su carácter y más saludable será la comunidad.

[5] Todos equipados para la obra del ministerio
Efesios 4 también nos recuerda que los ministerios existen para activar el sacerdocio universal de los creyentes. Pablo afirma que todos los creyentes reciben "un don especial mediante la generosidad de Cristo" - un don se refiere aquí a charismata, una gracia, un regalo  (Efesios 4:7, NTV). La Escritura enseña además que todos los hijos de Dios somos “un real sacerdocio” (1 Pedro 2:9), llamados a ofrecer sacrificios espirituales y a anunciar las virtudes de Cristo (1 Pedro 2:5). Cada creyente tiene un papel vital en el cuerpo que aporta a su funcionamiento saludable.

Esto no implica que el ministerio quíntuple reemplaza la responsabilidad personal de cada creyente de servir, sino que la despierta. Los ministerios son entrenadores espirituales que impulsan a la iglesia a la acción, recordando que todo el cuerpo… según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:16, RV60).

Cuando cada creyente participa activamente, la iglesia se convierte en una comunidad viva, donde cada don contribuye al propósito común: glorificar a Cristo y extender Su Reino.

[6] El corazón del ministerio quíntuple
Ahora, el propósito del ministerio quíntuple no es ocupar posiciones jerárquicas, sino servir pastoralmente y formar a toda la iglesia. Cuando cada uno, toda la iglesia, cumple su función en amor, todos crecen en unidad, madurez, enfoque doctrinal bíblico y servicio que glorifica a Dios (Efesios 4:11-16).

Pablo resume esta visión de la siguiente manera: “A Él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo.” (Colosenses 1:28, NBLA).

El corazón del ministerio quíntuple es Cristo mismo, quien da los dones, sostiene a los ministros y hace crecer a su iglesia. Nuestro llamado es servir para edificar, enseñar para transformar y amar para unir, hasta que Cristo sea plenamente formado en Su pueblo.

Reflexión:
  1. ¿De qué maneras podemos asegurarnos de que Cristo siga siendo la Cabeza y el centro de todo lo que hacemos en la iglesia, en lugar de depender de programas o personalidades?
  2. Pablo enseña que los líderes están para equipar a los santos y no para hacer toda la obra del ministerio. ¿Qué implicaciones prácticas tiene esto para nuestra comunidad? ¿Cómo podemos pasar de ser espectadores a colaboradores activos en el Reino?
  3. Según Efesios 4:13–16, la madurez espiritual se refleja en la unidad, la verdad y el amor. ¿Qué señales prácticas muestran que una iglesia está creciendo de manera saludable en estos tres aspectos?
Oración: Señor Jesús, gracias porque tu iglesia no es una obra humana, sino tu cuerpo vivo en la tierra. Gracias por los ministerios que has dado para equiparnos en unidad, madurez y amor. Ayúdanos a servir con humildad, a edificar con fidelidad y a mantenernos conectados a ti, nuestra Cabeza. Que todo lo que hagamos sea para tu gloria, proclamando tus virtudes y edificando tu iglesia en amor, hasta alcanzar la plenitud en ti. Amén.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Diversidad de dones: un cuerpo, un propósito

Dones para una iglesia viva. La iglesia del Señor Jesucristo no es una organización humana, sino un cuerpo vivo, formado y sostenido por el Espíritu Santo. En ese cuerpo, cada creyente ha sido dotado por Dios con dones espirituales, talentos y capacidades para contribuir al crecimiento de la iglesia. La Biblia enseña que los dones espirituales no son señales de madurez espiritual, sino herramientas de servicio y edificación (1 Corintios 12:7; Efesios 4:11-12).

Pablo, en sus cartas, recalca que los dones son variados, pero su fuente es una sola: el Dios Trino. “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos” (1 Corintios 12:4-6, NBLA). Esta triple expresión manifiesta la acción concertada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la distribución de los dones destinados a la edificación del cuerpo de Cristo. Sin los dones en acción, la iglesia se vuelve un cuerpo inmóvil e inefectivo. Pero cuando los dones operan en armonía, impulsados por el amor (1 Corintios 13:1-3), la iglesia florece y cumple su propósito.

[1] El propósito de los dones espirituales
Los dones espirituales no son medallas de honor, sino herramientas de trabajo. Son manifestaciones del Espíritu Santo dadas para el bien común (1 Corintios 12:7). A través de ellos, Dios equipa a Su pueblo para servir, enseñar, consolar, exhortar y sanar. Pablo enseña que Cristo mismo dio dones a los hombres “a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” (Efesios 4:11-12, NBLA). Esto significa que los dones no son un fin en sí mismos, sino un medio para alcanzar la madurez espiritual de la iglesia.

Además, los dones reflejan la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10). Cada creyente es un instrumento único, diseñado para aportar algo que otros necesitan. Así como un cuerpo humano necesita de cada miembro para funcionar bien, la iglesia necesita de la participación activa de todos sus miembros (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 12:12-27). El apóstol Pedro exhorta: “Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.” (1 Pedro 4:10, NBLA). En otras palabras, los dones son una responsabilidad espiritual. No se nos dieron para jactarnos, sino para servir.

[2] Dones y madurez espiritual
La iglesia de Corinto había caído en el error de confundir los dones con madurez espiritual. Algunos se sentían más espirituales por tener ciertos dones visibles. Sin embargo, Pablo aclara que los dones sin amor no edifican (1 Corintios 13:1-3). La verdadera madurez se mide por el fruto del Espíritu, no por la espectacularidad de los dones (Gálatas 5:22-23). El Espíritu Santo distribuye los dones según Su voluntad (1 Corintios 12:11), pero nos pide ejercerlos con humildad, orden y amor (1 Corintios 14:40).

Cuando los dones son usados con motivos egoístas o sin discernimiento, generan división, como sucedió en Corinto. Pero cuando se usan para edificar, fortalecen la unidad y glorifican a Cristo (Efesios 4:15-16). Por eso, Pablo exhorta: “Procuren alcanzar el amor; pero también deseen ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticen” (1 Corintios 14:1, NBLA). El amor es el ambiente en el que los dones se mueven eficazmente.

[3] Diversidad en unidad: el Dios Trino y sus dones
En 1 Corintios 12:4-6, Pablo menciona tres fuentes divinas de dones:
  • Dones del Espíritu Santo (1 Corintios 12:7-11): Son capacidades sobrenaturales para desarrollar el ministerio de los unos para con los otros (1 Corintios 12:25). Incluyen la palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, fe especial, dones de sanidades, operaciones de milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversas lenguas e interpretación de lenguas.
  • Ministerios del Hijo (Efesios 4:11-16): Cristo dio a la iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Estos ministerios tienen la función de capacitar al pueblo de Dios para el servicio, para alcanzar madurez en el Señor y para fortalecer a la iglesia en el conocimiento de la verdad.
  • Dones del Padre (Romanos 12:6-8): Son motivaciones o inclinaciones internas dadas por Dios, como profecía, servicio, enseñanza, exhortación, generosidad, liderazgo y misericordia. Estos dones moldean la manera en que cada creyente funciona y contribuye al cuerpo.
Aunque la variedad es amplia, el propósito es uno: edificar el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12-26). La diversidad no debe producir competencia, sino cooperación. Así como el ojo no puede decirle a la mano “no te necesito”, ningún miembro de la iglesia puede despreciar el aporte del otro. Cada don, grande o pequeño, es necesario.

[4] El cuerpo de Cristo: unidad en la diferencia
Pablo usa una ilustración muy clara: la iglesia es un cuerpo con muchos miembros (1 Corintios 12:12-27). Cada miembro tiene una función particular. Algunos son visibles, otros trabajan silenciosamente, pero todos son esenciales. “Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó” (1 Corintios 12:18, NBLA). Esta afirmación elimina la comparación y la envidia. Si Dios le ha dado un don de servicio, úselo con gozo; si le ha dado un don de enseñanza, enseñe fielmente; si su don es la misericordia, hágalo con gusto (Romanos 12:7-8).

La iglesia se enferma cuando algunos miembros no sirven o cuando tratan de funcionar efectivamente en áreas para las que no fueron equipados. Pero cuando cada miembro ejerce su don con humildad y obediencia, el cuerpo funciona con salud, armonía y fuerza. Cada creyente debe descubrir su don, desarrollarlo y ponerlo al servicio de los demás. No es una opción, es un llamado. “Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Corintios 12:7, NBLA). En otras palabras, no hay creyente sin dones, ni dones sin propósito.

[5] Los dones como expresión del amor y del servicio
Los dones del Espíritu no pueden divorciarse del fruto del Espíritu Santo. Sin amor, los dones no operan correctamente (1 Corintios 13). El amor es el motor que impulsa al servicio genuino y el vínculo que mantiene la unidad. En Efesios 4:16, Pablo explica: "Él hace que todo el cuerpo encaje perfectamente. Y cada parte, al cumplir con su función específica, ayuda a que las demás se desarrollen, y entonces todo el cuerpo crece y está sano y lleno de amor" (NBLA).

Así, el propósito final de los dones es edificar una iglesia que se ame, que sirva y que refleje el carácter de Cristo al mundo. Los dones no son para competir, sino para cooperar; no son para exhibir, sino para servir; no son para dividir, sino para revelar la gracia de Dios. Cuando la iglesia usa correctamente los dones, el evangelio avanza, los necesitados son atendidos, los perdidos oyen el mensaje de salvación y el nombre de Cristo es exaltado (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8).

[6] Llamado a la acción
La enseñanza de la “diversidad de dones” nos invita a tres acciones concretas:
  • Reconocer que Dios me ha dado dones. No hay creyente sin dones ni propósito. Ore y pídale al Señor que le muestre sus dones (Romanos 12:6; 1 Pedro 4:10).
  • Desarrollar y usar esos dones con humildad. Úselos en su iglesia local, sirviendo a otros sin buscar reconocimiento (Filipenses 2:3-11).
  • Hacerlo todo para la gloria de Cristo. Todo don, ministerio o habilidad debe apuntar a exaltar el nombre de Jesús y edificar Su cuerpo (1 Corintios 10:31; Colosenses 3:17).
Recordemos que la diversidad sin unidad produce confusión, pero la unidad sin diversidad produce estancamiento. Solo cuando ambas se combinan bajo el gobierno del Espíritu Santo, la iglesia cumple su llamado: ser un cuerpo vivo que manifiesta a Cristo en el mundo.

Conclusión
La “diversidad de dones” revela la sabiduría de Dios al formar un cuerpo donde nadie es autosuficiente. Cada miembro tiene algo que aportar, y todos dependen del mismo Espíritu, del mismo Señor y del mismo Padre. Cuando los dones se ejercen en amor, la iglesia crece en madurez, se fortalece en la fe y se convierte en un testimonio vivo del poder transformador del evangelio. Los dones no son un fin, sino un medio para amar, servir y glorificar a Dios. Una iglesia saludable es aquella donde todos sirven, todos aportan y todos crecen, para que Cristo sea todo en todos.

Reflexión:
[1] ¿Estoy usando los dones que el Espíritu Santo me ha dado para edificar a otros y glorificar a Cristo, o los estoy guardando por temor, desconocimiento o comodidad?
[2] ¿Cómo puedo servir de manera más intencional dentro del cuerpo de Cristo, valorando la diversidad de dones sin compararme ni competir con otros?
[3]¿Estoy valorando y honrando los dones de otros miembros del cuerpo de Cristo, entendiendo que la diversidad no es una amenaza, sino una bendición para la unidad de la iglesia?
[4] ¿Estoy cultivando el fruto del Espíritu y el amor, de modo que mis dones se usen con humildad, madurez y unidad en la iglesia?

Oración: Padre amado, te doy gracias porque en tu sabiduría perfecta has repartido dones diversos a tu iglesia. Gracias porque cada don, grande o pequeño, tiene un propósito eterno: edificar tu cuerpo y glorificar el nombre de Jesús. Hoy te pido que renueves en mí un corazón humilde y dispuesto a servir. Ayúdame a reconocer los dones que me has dado y a usarlos con amor, con orden y con alegría. Líbrame del orgullo y de la comparación, y enséñame a valorar la gracia que has derramado en los demás. Que tu Espíritu Santo nos una como un solo cuerpo, donde cada miembro cumple su función para extender tu Reino en el mundo. Amén.

viernes, 3 de octubre de 2025

El corazón del apóstol

La iglesia de Cristo no es un monumento inmóvil, sino un cuerpo vivo, en movimiento, que avanza de Jerusalén a Judea, a Samaria y hasta el fin del mundo (Hechos 1:8; Mateo 28:18-20). Para ese propósito, Dios mismo, en su sabiduría, proveyó dones ministeriales que actúan como motores del crecimiento, la unidad y la madurez espiritual. Entre ellos se encuentran los apóstoles (Efesios 4:11-16).

Hablar del “corazón del apóstol” es hablar del latido misionero de la iglesia. El apóstol no busca reconocimiento personal, sino llevar el evangelio adonde no ha llegado.

[1] ¿Qué significa ser apóstol?
La palabra apóstol proviene del griego apostolos, que significa “enviado, delegado, embajador” (VINE W. E.) (2 Corintios 8:23; Filipenses 2:25). Su autoridad no viene de sí mismo, sino de Aquel que lo envía. Jesucristo mismo es llamado “el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe” (Hebreos 3:1), porque fue enviado por el Padre para cumplir la misión redentora (Juan 17:3, 18). Los doce fueron escogidos por Cristo para estar con Él, aprender de Él y luego ser enviados como sus embajadores (Lucas 6:13; Mateo 10:1-2).

Estos doce, junto con los profetas del Nuevo Testamento, constituyen el fundamento único e irrepetible de la iglesia (Efesios 2:20; Apocalipsis 21:14). Vieron al Cristo resucitado (Hechos 1:21-22; 1 Corintios 9:1), recibieron directamente su enseñanza y fueron testigos de su gloria. Hoy, ningún apóstol puede pertenecer a ese grupo exclusivo que estableció la base doctrinal de la fe. Sin embargo, en un sentido más amplio, el ministerio apostólico sigue vigente, pues Dios levanta hombres y mujeres enviados a abrir nuevos campos, plantar iglesias, establecer liderazgo y velar por la fidelidad al evangelio (Hechos 13:2-4; Romanos 16:7).

[2] Las marcas del verdadero apóstol
El Nuevo Testamento distingue entre apóstoles genuinos y falsos apóstoles. Pablo advierte contra quienes se autoproclamaban apóstoles para aprovecharse del pueblo, atando a las personas a sí mismos y predicando otro evangelio (2 Corintios 11:13; Apocalipsis 2:2). Las marcas del verdadero apóstol, según la Escritura, incluyen:
  • Un llamado divino confirmado por la iglesia (Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; Gálatas 2:9). El apóstol no se elige a sí mismo, sino que es enviado por Dios y identificado por la comunidad y otros líderes reconocidos.
  • Frutos visibles en la conversión y formación de discípulos (1 Corintios 9:1-2). Donde un apóstol ministra, nuevas iglesias nacen y vidas son transformadas (Gálatas 4:19).
  • Señales y prodigios que confirman el mensaje (2 Corintios 12:12; Hechos 14:3). No se trata de espectáculo, sino de evidencia de que Dios respalda su obra.
  • Ministerio de enseñanza (1 Timoteo 2:7; 2 Timoteo 1:11). El apóstol no solo evangeliza, sino que edifica con sana doctrina.
  • Edificación, no destrucción (2 Corintios 10:8). Su meta es fortalecer, no dividir ni manipular.
  • Pasión por extender el evangelio en nuevos territorios (2 Corintios 10:16-18). No se conforma con mantener lo que ya está, sino que anhela avanzar y alcanzar a los no alcanzados.
  • Un profundo interés en que la iglesia permanezca fiel a Cristo (2 Corintios 11:2-3).
  • Trabajo arduo y disposición a sufrir por Cristo (2 Corintios 11:23-28).
El corazón del apóstol late por la gloria de Dios y por la madurez de la iglesia, incluso si eso significa sacrificio personal.

[3] Pablo: el modelo de un corazón apostólico
Pablo dedicó más de 30 años a viajes misioneros (Hechos 13–21), estableciendo iglesias, levantando líderes y escribiendo cartas que hoy siguen edificando a la iglesia. Su vida estuvo marcada por: Pasión por predicar a Cristo (Filipenses 3:7-14); amor por la iglesia (2 Corintios 11:28-29); sacrificio personal (2 Corintios 11:23-33); formación de nuevos líderes como Timoteo y Tito (2 Timoteo 2:2; Tito 1:5) y dependencia absoluta de la gracia de Dios (2 Corintios 12:9-10).
El corazón apostólico de Pablo no buscaba títulos ni aplausos, sino que Cristo fuese formado en los creyentes (Gálatas 4:19).

[4] El impacto del ministerio apostólico en la iglesia
El ministerio del apóstol es vital para que la iglesia cumpla la misión de Dios en el mundo:
  • Extiende el evangelio a nuevos territorios: Los apóstoles son pioneros que llevan la Palabra a lugares no alcanzados (Romanos 15:20). Hoy lo vemos reflejado en los misioneros que dejan todo por llevar a Cristo, donde nunca ha sido anunciado.
  • Planta y fortalece iglesias locales: No basta predicar; el apóstol organiza comunidades, establece ancianos y asegura que la iglesia crezca en orden (Hechos 14:23; Tito 1:5).
  • Asegura la sana doctrina y la unidad: El apóstol combate falsas enseñanzas y defiende la verdad (Gálatas 1:6-9). Su meta, junto con los otros ministerios, es que la iglesia no sea movida por todo viento de doctrina, sino que crezca firme en Cristo (Efesios 4:14-16).
  • Confirma con señales y prodigios: Así como en el ministerio de Pablo y Bernabé, Dios respalda la predicación apostólica con milagros que abren puertas y confirman el mensaje (Hechos 14:3).

[5] ¿Existen apóstoles hoy?
No existen hoy apóstoles de la categoría de los doce apóstoles que establecieron el fundamento de la fe cristiana y cuya autoridad quedó plasmada en las Escrituras (Efesios 2:20; Apocalipsis 21:14). Nadie puede añadir ni modificar ese fundamento. Sin embargo, en el sentido funcional, Dios sigue levantando siervos con ministerio apostólico: enviados a regiones no alcanzadas, fundadores de iglesias, supervisores de obras, defensores de la fe y formadores de líderes. Muchos de nuestros misioneros encarnan hoy ese corazón apostólico. Lo que importa no es el título, sino la misión cumplida: vidas alcanzadas, iglesias plantadas, el Reino expandido y Cristo glorificado.

[6] Un llamado a la acción
La enseñanza de Efesios 4:11-16 nos recuerda que el ministerio apostólico existe para perfeccionar a los santos y edificar el cuerpo de Cristo. Cada creyente tiene un rol en la misión (1 Pedro 2:5, 9; Hechos 1:8), y el corazón apostólico nos desafía a vivir con visión más allá de nuestras comodidades. Hoy necesitamos: Creyentes dispuestos a decir: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8); iglesias que oren, apoyen y envíen obreros a nuevas regiones (Mateo 9:37-38); líderes con valentía para predicar la verdad en amor (Efesios 4:15); discípulos que abracen el costo del evangelio y vivan para la gloria de Cristo (Lucas 9:23-24).
El corazón del apóstol no es exclusivo de unos pocos. Es el llamado de la iglesia entera a vivir como enviada, como cuerpo misionero que anuncia y demuestra el Reino de Dios hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Quizá no todos seremos apóstoles en el sentido ministerial, pero todos somos enviados como testigos y embajadores de Cristo (2 Corintios 5:18-21). Si abrazamos esa misión, veremos una iglesia en movimiento, fiel a la Palabra, apasionada por las almas y firme en el amor de Cristo.

Reflexión:
  • ¿De qué manera puede nuestra iglesia reflejar hoy el corazón apostólico de Pablo, llevando el evangelio a nuevos lugares y personas que aún no conocen de Cristo?
  • Si el corazón del apóstol se caracteriza por sacrificio, pasión por las almas y fidelidad a la sana doctrina, ¿qué pasos concretos podemos dar como creyentes para vivir y servir con ese mismo espíritu en nuestra vida diaria?

Oración:
Padre celestial, gracias porque en tu amor sigues levantando obreros con un corazón apostólico para llevar tu evangelio hasta lo último de la tierra. Perdónanos cuando hemos buscado comodidad en lugar de obedecer tu llamado; renuévanos con tu Espíritu Santo para vivir con pasión por tu misión. Haznos instrumentos en tus manos para extender tu reino, edificar tu iglesia y glorificar tu nombre en todo lugar.

jueves, 25 de septiembre de 2025

El corazón del profeta


“Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros.” (Efesios 4:11).

El ministerio profético es crucial para la edificación de la iglesia, buscando mantener la pureza y la integridad espiritual en la iglesia de Cristo. Es importante recordar que su objetivo es apuntar hacia Dios y su propósito redentor. El ministerio profético no busca elevar al hombre, sino exaltar a Dios. Además, está enfocado en edificar, exhortar y consolar (1 Corintios 14:3). La iglesia de hoy necesita redescubrir el corazón del ministerio profético para preparar a la iglesia en santidad y cumplir la misión de Dios (Efesios 4:11-12).

[1] El llamado profético en la historia bíblica
En el Antiguo Testamento, los profetas eran elegidos por Dios para transmitir su mensaje y desafiar al pueblo. Moisés, aunque no se consideraba una persona elocuente, tuvo a Aarón como su profeta, es decir, como su voz (Éxodo 4:10-16; 7:1). Un profeta es alguien que habla en nombre de otro: funciona como la voz de Dios para su gente (Jeremías 1:9; Isaías 51:16).

No siempre hablaban de cosas que iban a suceder. Si bien algunos profetas anticiparon eventos futuros (como Daniel, Isaías, o Agabo en Hechos 11:27-29 y 21:10-11), su misión principal era declarar el carácter de Dios, señalar el pecado y llamar al arrepentimiento. Por ejemplo, Elías retó a Israel a dejar atrás la idolatría y regresar al Señor (1 Reyes 18:21).

Estos hombres y mujeres de Dios fueron inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21). La validez de un profeta no se medía solo por los milagros o las señales que realizaba, sino por su lealtad a la verdad revelada y su llamado a seguir a Dios (Deuteronomio 13:1-5).

[2] El ministerio profético en el Nuevo Testamento
Con la llegada del Espíritu Santo durante Pentecostés, la profecía se extendió a toda la iglesia: “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hechos 2:17). Esto implica que cualquier creyente tiene la capacidad de recibir un mensaje profético para edificación, exhortación o consolación (1 Corintios 14:3, 31). Sin embargo, el rol del profeta como un don ministerial va más allá del uso ocasional de la profecía. En Hechos 13:1, vemos que había profetas en el liderazgo de la iglesia de Antioquía. Figuras como Agabo, Silas y Judas (Hechos 15:32; 21:10) muestran que había profetas reconocidos, responsables de guiar y confirmar a la comunidad en momentos críticos.

Los apóstoles y profetas que forman el fundamento de la iglesia en el Nuevo Testamento son un grupo único e irrepetible, ya que fueron elegidos por Dios para revelar y registrar en las Escrituras el mensaje eterno de salvación (Efesios 2:20; Hebreos 1:1-2). Su autoridad es canónica y se mantiene como la norma absoluta para la fe y la vida de la iglesia. Por otro lado, los profetas de hoy son siervos de Dios que, bajo la dirección del Espíritu Santo, edifican, exhortan y consuelan a la iglesia (1 Corintios 14:3). Sin embargo, su ministerio siempre debe ser evaluado a la luz de la Palabra escrita. Así, mientras los primeros sentaron las bases, los actuales ayudan a la iglesia a permanecer fiel y edificada sobre ese fundamento ya establecido, cuyo centro y cabeza es Jesucristo (1 Corintios 3:11; Efesios 4:15).

La Palabra de Dios misma puede considerarse profética, pues fue escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo que recibieron revelación divina y la transmitieron de manera fiel (2 Pedro 1:18-21). Cada página de la Escritura nos revela el carácter y la voluntad de Dios, nos llama a la obediencia y nos guía hacia Cristo, que es el cumplimiento de todas las promesas proféticas (Lucas 24:44; Hebreos 1:1-2). La profecía bíblica no solo abarca predicciones de eventos futuros, sino que, especialmente, también incluye exhortaciones, advertencias y consuelos para el presente, para que la iglesia sea edificada, guiada y fortalecida en la verdad. Por eso, al abrir la Biblia y proclamarla, estamos escuchando la voz profética de Dios que permanece para siempre (Isaías 40:8; Apocalipsis 19:10).

[3] El corazón del profeta: características esenciales
El verdadero profeta no se define por títulos, visiones espectaculares o popularidad, sino por su carácter y obediencia a Dios. Veamos algunas características del corazón profético:

[a] Habla con valentía y verdad: Juan el Bautista es un gran ejemplo. Aunque no hizo milagros, Jesús lo llamó “más que profeta” (Mateo 11:9-11). El llamaba al arrepentimiento (Mateo 3:2-8). No temía confrontar el pecado. No hacía acepción de personas (Mateo 14:3-4). El profeta no acomoda la verdad para agradar a los hombres, sino que proclama la verdad de Dios.
[b] Vive en integridad: Un profeta no solo proclama la verdad, la vive. El carácter precede al carisma. Ananías, descrito como “varón piadoso” (Hechos 22:12), ilustra cómo el testimonio abre puertas al ministerio. Sin santidad, las palabras pierden peso (2 Timoteo 2:21).
[c] Discierne lo oculto: El profeta, lleno del Espíritu, puede discernir los motivos y pensamientos del corazón (1 Corintios 14:24-25; Hechos 5:3-4). Esto no es para juzgar, sino para traer convicción, arrepentimiento y restauración.
[d] Consuela y edifica: El ministerio profético no es destructivo ni condenatorio. Su fin es levantar al caído, animar al desanimado y fortalecer a la iglesia en la esperanza de Cristo (Hechos 15:32; 1 Corintios 14:3).
[e] Está dispuesto a sufrir por la verdad: Los profetas a menudo fueron rechazados, perseguidos e incluso martirizados. Juan el Bautista fue decapitado (Mateo 14:10), Jeremías encarcelado (Jeremías 37:15), y muchos otros sufrieron por causa del mensaje. El corazón del profeta acepta el costo de proclamar la verdad (Hechos 5:29-42).

[4] El impacto del ministerio profético en la iglesia
Protege la pureza de la doctrina. El profeta llama al pueblo a regresar a la verdad y a rechazar la idolatría, las modas espirituales y los engaños (Tito 1:9; 1 Juan 4:1; Deuteronomio 13:1-4; Jeremías 23:16-17, 28-29; Judas 1:3-4).

Fortalece la vida espiritual. Despierta el temor de Dios, la pasión por la santidad y el compromiso con la misión (Salmo 34:9-14; Proverbios 8:13; Hechos 13:1-3; Miqueas 6:8).

Ofrece dirección en tiempos de crisis. Como sucedió con Agabo durante la hambruna (Hechos 11:27-30), la voz profética ayuda a la iglesia a prepararse y a enfrentar los desafíos.

Consolida la unidad. Al convocar al arrepentimiento y la fidelidad, el profeta ayuda a que la iglesia se mantenga firme en Cristo y no se deje llevar por “todo viento de doctrina” (Efesios 4:14-16). El concilio de Jerusalén, con discernimiento profético y apostólico, trajo claridad doctrinal y unidad en medio de una controversia (Hechos 15:28-31).

En una era donde muchos buscan mensajes que los hagan sentir bien y motivados, la voz profética es vital para recordarnos que Dios sigue siendo santo, que el pecado es serio y que el arrepentimiento es esencial.

[5] El profeta y el sacerdocio de todos los creyentes
No todos tienen el don ministerial de profeta, pero cualquier creyente puede ser utilizado en el don de profecía. Pablo nos anima a "procurar profetizar" (1 Corintios 14:39). La iglesia necesita espacios donde este don se exprese de manera ordenada, bajo el liderazgo adecuado y en sumisión a la Palabra de Dios (1 Corintios 14:29-33). Esto no sustituye la responsabilidad de los pastores, sino que la complementa. El ministerio profético nos recuerda que el Espíritu Santo reparte dones a cada miembro para la edificación del cuerpo (1 Corintios 12:7).

[6] Llamado a la acción: necesitamos profetas de acuerdo al corazón de Dios
El mundo realmente necesita líderes que se expresen con valentía, pero también con amor. La iglesia, por su parte, necesita profetas que no se dejen llevar por la popularidad o el aplauso, sino que amen más la gloria de Dios que la aceptación de los hombres. Hoy en día, Dios busca hombres y mujeres que tengan un corazón como el de Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8). Que se atrevan a levantar su voz en medio de la confusión cultural, que llamen al arrepentimiento y que compartan la esperanza que encontramos en Cristo. El corazón del profeta late con pasión por la gloria de Dios y por el bienestar espiritual de su pueblo. Su objetivo no es solo impresionar con palabras, sino ver a la iglesia alineada con la voluntad de Dios, edificada en amor y firme en la verdad (Efesios 4:11-16).

Conclusión
El profeta es un regalo de Cristo a la iglesia. No es un adivino ni un oráculo infalible, sino un siervo que escucha la voz de Dios y la transmite fielmente para edificación. Su tarea es confrontar el pecado, consolar al afligido, edificar al cuerpo y señalar siempre hacia Cristo, la roca eterna.

Reflexión
  • ¿De qué manera estoy permitiendo que la voz profética de la Palabra de Dios confronte mi vida, me llame al arrepentimiento y me guíe a una relación más profunda con Cristo?
  • ¿Estoy dispuesto a ser un instrumento en manos de Dios, hablando con valentía y amor la verdad del evangelio, aun cuando esto implique incomodidad o rechazo?
Oración: Señor Jesucristo, levanta profetas que hablen tu verdad con amor y valentía. Abre nuestros oídos para escuchar tu voz, despierta en nosotros arrepentimiento genuino y danos un corazón dispuesto a obedecerte. Haz de tu iglesia un pueblo santo, unido y fiel, preparado para tu venida gloriosa.

jueves, 18 de septiembre de 2025

El corazón del evangelista

Siguiendo el estudio y la reflexión sobre el ministerio quíntuple, ahora ponemos la mirada en el ministerio del evangelista. Este es otro de los dones que el Señor Jesús dio a su iglesia: “Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros,...” (Efesios 4:11, NBLA). Aunque el llamado a compartir el evangelio es universal para todos los creyentes (1 Pedro 2:9; Colosenses 4:5-6; Hechos 1:8; Mateo 28:18-20; Romanos 10:14-15), algunos son apartados de manera especial para este ministerio, como lo fue Felipe, llamado 'el evangelista' (Hechos 21:8). Pablo exhortó a Timoteo: “..., haz el trabajo de un evangelista, ...” (2 Timoteo 4:5, NBLA).

El corazón del evangelista
Un evangelista es, literalmente, un portador de buenas noticias (euagelistes) (VINE W. E., 1999). Su pasión es proclamar a Cristo, tanto a multitudes como a individuos. Va donde Dios abre puertas; es un ministerio de 'caminante', como lo vemos en Felipe (Hechos 8:40). Felipe anunciaba a la gente las buenas nuevas acerca de Jesús el Mesías (Hechos 8:4-5, 35). En su ministerio, muchos se convertían y eran bautizados (Hechos 8:6, 12). Señales milagrosas, liberaciones y manifestaciones de poder acompañaban su predicación (Hechos 8:6-8). Predicaba en ciudades ante multitudes, pero también estaba dispuesto a llevar el mensaje a una sola persona, como al etíope que buscaba a Dios (Hechos 8:26-38). El evangelista se distingue por su pasión por las almas; no hace diferencia entre uno o muchos. Su gozo está en que alguien conozca a Jesucristo, el Salvador (Lucas 15:7; Hechos 11:18; 15:3).

Jesús: el evangelista ejemplar
Jesús es el evangelista perfecto, nuestro modelo a seguir. Tuvo compasión por las multitudes que “estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36-38, NBLA). Buscó a los perdidos (Lucas 15; 19:10) y Su ministerio estuvo acompañado del poder de Dios (Juan 10:37-38). Además, formó pescadores de hombres para enviarlos y continuar Su misión -un aspecto importante en el ministerio del evangelista (Mateo 4:19; 28:18-20; Juan 20:21). Según el ejemplo de Jesús, el evangelista ora, proclama y anima a otros a involucrarse en la cosecha.

El mensaje del evangelista
El evangelista es llamado a predicar a Cristo crucificado y resucitado, la única esperanza de salvación (1 Corintios 1:23). Su meta no son los aplausos ni ver su foto en las pancartas, tampoco los "me gusta" en las redes sociales, sino que las personas se reconcilien con Dios (2 Corintios 5:18-20). Hoy más que nunca, la iglesia necesita redescubrir este corazón evangelístico. En un mundo quebrantado, Jesús sigue levantando hombres y mujeres con pasión por las almas. Dios desea que todos lleguen al conocimiento de la verdad y sean salvos (1 Timoteo 2:1-4). Pablo reflejó este sentir al exclamar: “¡ay de mí si no predico el evangelio!” (1 Corintios 9:16, NBLA).

Un llamado para hoy
El llamado es claro: ver a las multitudes con los ojos de Dios, amar como Él ama y ser instrumentos para llevar a muchos a los pies de Cristo (Mateo 9:37-38; Hechos 1:8; 1 Timoteo 2:1-4). Dios quiere ver el cielo lleno de gente de toda nación, tribu y lengua adorando al Rey de reyes (Apocalipsis 7:9-10).
¡Manos a la obra!

Reflexión:
¿Estoy aprovechando cada oportunidad en mi diario vivir para compartir las buenas noticias de Jesús?
¿Qué pasos prácticos puedo dar esta semana para cumplir mi parte en la gran cosecha?

Oración: Señor Jesús, gracias porque Tú eres la Buena Noticia. Dame un corazón compasivo por los perdidos, y pon en mí la pasión del evangelista. Ayúdame a ser fiel en proclamar Tu nombre, ya sea ante multitudes o en una conversación personal. Amén.

lunes, 8 de septiembre de 2025

El corazón de un maestro

 

"Entre los profetas y maestros de la iglesia de Antioquía de Siria se encontraban Bernabé, Simeón (llamado «el Negro»), Lucio (de Cirene), Manaén (compañero de infancia del rey Herodes Antipas) y Saulo" (Hechos 13:1-2, NTV).

"Ahora bien, Cristo dio los siguientes dones a la iglesia: los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros" (Efesios 4:11, NTV).

El don del maestro en la iglesia
En la iglesia del Señor, los maestros, junto con los demás ministerios, son un regalo de Cristo para edificar, equipar y fortalecer a su pueblo, y para hacer avanzar la misión de Dios (Efesios 4:11–16). Su propósito es llevar al cuerpo de Cristo a la madurez, promoviendo la unidad en la fe y un conocimiento profundo del Hijo de Dios. El maestro cumple un papel fundamental: transmitir con claridad la Palabra de Dios, refutar el error y formar discípulos firmes en la verdad (2 Timoteo 2:24–25; Tito 1:9).

La labor del maestro: sembrar la Palabra
El maestro es un instructor, un padre, un doctor (Mateo 10:24; Hechos 13:1; 1 Corintios 12:28; Santiago 3:1; 1 Timoteo 2:7; 2 Timoteo 1:11) (VINE W.E., 1999). Ser maestro no consiste únicamente en transmitir información, aunque tiende a tener y dar mucha información (Lucas escribió el Evangelio más largo, Lucas 1:1). Es ser un trabajador que siembra con paciencia y generosidad la semilla de la Palabra, esperando ver vidas transformadas (Mateo 13:1–9, 18–23; Gálatas 4:19; Hechos 18:27). El maestro es el que riega fortaleciendo la iglesia (1 Corintios 3:6). Para esta labor, el maestro necesita ciertas cualidades: ser dedicado en el estudio de las Escrituras, leyendo, investigando y estando dispuesto a aprender de otros (2 Timoteo 2:15; Hechos 18:24-28; Lucas 1:3), ser fervoroso en el espíritu (Hechos 18:25; Colosenses 1:28-29; Romanos 12:11; 2 Timoteo 3:16–17), decir las cosas de manera ordenada (Lucas 1:3; Hechos 18:25), ser sensible y discernir el error (Hechos 18:24; 20:28–30) y ser capaz para enseñar y corregir con mansedumbre (1 Timoteo 3:2; 2 Timoteo 2:24).

Ejemplos de maestros fieles
  • Apolos (Hechos 18:24–28; 1 Corintios 3:6): un hombre elocuente, poderoso en las Escrituras, que enseñaba con exactitud y fervor, ayudando a muchos a crecer en la fe.
  • Esdras (Esdras 7:10): dedicó su vida a estudiar, obedecer y enseñar la ley del Señor, recordándonos que un maestro debe ser transformado por la Palabra antes de compartirla.
  • Jesús: el Maestro por excelencia. Jesús enseñaba con autoridad (Mateo 7:28–29), con claridad y sencillez, utilizando parábolas que conectaban con la vida diaria (Mateo 13:34; Juan 6:35; 10:11; 15:1). Hacía preguntas para provocar reflexión y llevar a sus oyentes a descubrir la verdad (Mateo 16:13–15; Lucas 10:25–37), y respondía según la necesidad del momento. Sus palabras traían vida (Juan 6:68), y con su ejemplo mostraba amor y servicio (Juan 13:1–15; Mateo 20:28). Enseñaba a públicos diversos: niños, mujeres, marginados y extranjeros (Marcos 10:14; Juan 4:9–26), rompiendo paradigmas sociales y religiosos y mostrando que el Reino es para todos. Sus enseñanzas eran confirmadas con milagros y señales (Juan 3:2; Marcos 16:20), revelando que el Reino de Dios no era solo palabras, sino poder (Juan 3:2; Marcos 16:20; 1 Corintios 4:20). Enseñaba desde la Palabra con dominio total de la Ley y los Profetas (Lucas 4:16–21; Mateo 5:17), y no solo citaba, sino que revelaba el verdadero sentido espiritual de la Escritura. Jesús no temía confrontar la hipocresía (Mateo 23), pero ofrecía gracia a los quebrantados (Juan 8:10–11); mantenía el equilibrio perfecto entre firmeza y misericordia. Formó discípulos imperfectos con paciencia y corrección, y su enseñanza no solo buscaba transmitir información, sino producir transformación, de modo que sus discípulos enseñaran a otros (Mateo 28:19–20; 2 Timoteo 2:2). Así formó maestros que continuarían la misión.
El fruto del ministerio del maestro
El fruto del trabajo del maestro no siempre se ve de inmediato (Gálatas 6:9; Mateo 13:31-35). Debe sembrar con paciencia y confiar en que la Palabra dará fruto a su debido tiempo (Isaías 55:11). El corazón de un maestro se define no solo por lo que sabe, sino también por cómo ama, exhorta y guía a otros hacia la plenitud en Cristo (Colosenses 1:28; 2 Timoteo 4:2).

Reflexión:
  • ¿Estoy realmente imitando a Jesús como Maestro, enseñando con amor, autoridad y un espíritu de servicio?
  • ¿Dejo que mi vida refleje de manera clara lo que predico con mis palabras?

Oración: Señor Jesús, Maestro ejemplar, enséñame a enseñar como Tú: con amor, autoridad y entrega. Que mi vida refleje tu verdad y que mis palabras edifiquen a otros en tu camino. Amén.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

El corazón de un verdadero pastor


En estos tiempos, a menudo se confunde el liderazgo espiritual con el de un gerente, un motivador o un conferencista. Muchos esperan que los pastores sean productivos, carismáticos o innovadores; sin embargo, la Biblia presenta una visión algo diferente. El llamado al pastorado no es un título prestigioso ni un lugar de privilegio, sino más bien un ministerio de cuidado, servicio y guía espiritual.
 
El llamado del pastor:
El apóstol Pedro, quien realmente entendió lo que significa ser un buen pastor, aconseja a los líderes de la iglesia: "Y ahora, una palabra para ustedes los ancianos en las iglesias. También soy un anciano y testigo de los sufrimientos de Cristo. Y yo también voy a participar de su gloria cuando él sea revelado a todo el mundo. Como anciano igual que ustedes, les ruego: cuiden del rebaño que Dios les ha encomendado. Háganlo con gusto, no de mala gana ni por el beneficio personal que puedan obtener de ello, sino porque están deseosos de servir a Dios. No abusen de la autoridad que tienen sobre los que están a su cargo, sino guíenlos con su buen ejemplo" (1 Pedro 5:1-3, NTV).

Pedro resume tres cualidades esenciales de un pastor: [1] Cuidar con disposición voluntaria, no por obligación; [2] Servir con intenciones puras, no por ambición personal; [3] Guiar con el ejemplo, no con imposiciones ni autoritarismo. Estos principios contrastan de manera radical con los modelos de liderazgo que muchas veces observamos en el mundo. El pastor no busca su propio beneficio, sino el bienestar del rebaño. No se aferra al poder, sino que guía desde la cercanía e integridad. Y lo más importante, no actúa por obligación, sino por amor.

El carácter, el compromiso, y la meta del pastor:
Entonces, ¿qué significa realmente cuidar y guiar al pueblo de Dios en la práctica? El Salmo 23 nos da una imagen increíblemente rica del corazón pastoral, mostrando cómo Dios mismo —el Pastor por excelencia— se relaciona con su pueblo. Este retrato no solo es un modelo, sino también un desafío para aquellos de nosotros que estamos en el ministerio. Revisemos las características del pastor según el Salmo 23.
  • Provisión constante: "tengo todo lo que necesito" (v.1). El pastor se asegura de que su rebaño tenga siempre alimento espiritual, enseñando la Palabra con fidelidad (Mateo 4:4; 2 Timoteo 4:1-4).
  • Descanso y cuidado: "En verdes prados me deja descansar" (v.2). Guía a su rebaño para que encuentre descanso en Cristo y no carga con pesos innecesarios a la gente (Mateo 11:28-29; Isaías 40:11).
  • Dirección segura: "me conduce junto a arroyos tranquilos" (v.2). En medio de tantas voces que nos rodean, un pastor genuino orienta hacia la fuente de vida (Juan 10:4; Jeremías 3:15).
  • Restauración: "Él renueva mis fuerzas" (v.3). El cuidado pastoral busca sanar, consolar y levantar, y no herir o desanimar (Mateo 12:20; 2 Corintios 1:3-4).
  • Guía en justicia: "Me guía por sendas correctas" (v.3). El pastor no trata de promover su propia opinión, sino de dirigir a la obediencia a la Palabra (Juan 16:13; Mateo 28:18-20; Miqueas 6:8).
  • Acompañamiento en la adversidad: "Aun cuando yo pase por el valle más oscuro, no temeré, porque tú estás a mi lado" (v.4). No deja a su rebaño en momentos de crisis, sino que está presente en el dolor (Hebreos 13:5; Isaías 43:2).
  • Protección y seguridad: "Tu vara y tu cayado me protegen y me confortan" (v.4). El pastor protege a su rebaño del engaño y del peligro espiritual (Juan 10:11; Ezequiel 34:15-16).
  • Esperanza y bendición: "Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor viviré por siempre" (v.6). Dirige al pueblo hacia una esperanza eterna, no solo hacia logros temporales (1 Pedro 5:4; Juan 14:2-3).
Este retrato bíblico nos enseña que el pastorado va mucho más allá de simplemente dirigir reuniones o administrar ministerios: es un cuidado integral de la iglesia de Dios, basado en el mismo carácter de Dios.

El ejemplo del Buen y Gran Pastor:
Jesús encarnó estas cualidades cuando se declaró el Buen Pastor: "El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas" (Juan 10:11, NTV). No solo habló de provisión, cuidado y guía, sino que llevó esos principios al extremo al entregar su vida. Pedro seguro recordó al escribir su carta cómo fue que Jesús lo restauró y le dio una misión después de su negación: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:17, NVI). Esta experiencia dejó una huella profunda en su visión del liderazgo: ser pastor al estilo de Jesús es una respuesta de amor a Cristo y a la iglesia de Dios.

El desafío para la iglesia:
Si combinamos lo que dice 1 Pedro 5 con el Salmo 23, nos damos cuenta de que el pastoreo bíblico es muy diferente de los modelos culturales actuales. Mientras el mundo valora el liderazgo por la influencia, el éxito o la cantidad de seguidores, la Biblia lo evalúa por el cuidado, el servicio, el sacrificio y la fidelidad hacia el rebaño.

El desafío para la iglesia hoy no es solo resistir las corrientes culturales, sino formar líderes con el corazón de Cristo, el Buen Pastor. Necesitamos pastores que reflejen tanto la ternura como la firmeza de Dios, que vivan el llamado de Pedro y encarnen lo que dice el Salmo 23. Un verdadero pastor no se mide por el tamaño de su congregación, sino por la profundidad de su cuidado. No por los títulos que tiene, sino por el ejemplo que brinda. No por lo que recibe, sino por lo que entrega.

Reflexión:
[1] ¿Estoy liderando con disposición, integridad y ejemplo, como enseña Pedro?
[2] ¿En qué aspecto del Salmo 23 necesito crecer para reflejar mejor al Buen Pastor?

Oración: 
Padre amado, te damos gracias porque en tu Palabra nos revelas el corazón del verdadero pastor, reflejado en tu Hijo Jesucristo, el Buen Pastor que dio su vida por las ovejas. Señor, en un mundo donde el liderazgo muchas veces se mide por logros humanos, enséñanos a valorar y a vivir el pastoreo como Tú lo has diseñado: con disposición voluntaria, con intenciones puras y guiando con el ejemplo.
Forma en nosotros el carácter que vemos en el Salmo 23: que sepamos proveer alimento espiritual con fidelidad, dar descanso en tu gracia, guiar hacia fuentes de vida, consolar en el dolor, caminar junto a tu pueblo en medio de las pruebas, proteger con firmeza y conducir siempre hacia la esperanza eterna en tu presencia. Padre, levanta en tu iglesia pastores según tu corazón, que no busquen ganancia personal, sino que sirvan con amor, sacrificio y fidelidad. Que el testimonio de sus vidas apunte siempre a Cristo, nuestro Gran Pastor. Amén.


jueves, 28 de agosto de 2025

Domingos que transforman el corazón


 Mantengamos firme y sin fluctuar la esperanza que profesamos, porque fiel es el que prometió. Tengámonos en cuenta unos a otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como es la costumbre de algunos, sino animémonos unos a otros; y con más razón ahora que vemos que aquel día se acerca. (Hebreos 10:23-25, RVC)

El mundo en el que estamos está lleno de "liturgias invisibles". Estas rutinas, símbolos, ritos, historias y mensajes que nos rodean, que recibimos a través de redes sociales, medios de comunicación y publicidad, influyen en cómo vemos el mundo y la vida, cómo pensamos, hablamos y vivimos, muchas veces sin que nos demos cuenta. Frente a esta realidad, la iglesia tiene un llamado importante: debe ser un agente de discipulado y, entre otras cosas, usar una de las herramientas más efectivas para lograrlo: el servicio dominical.

Romanos 12:2 nos dice: "No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta." (Romanos 12:2, NTV). El culto dominical es mucho más que solo una reunión; es un momento de discipulado que alimenta y forma espiritualmente a los creyentes. Al igual que nuestra comida diaria, cada parte del servicio, desde la adoración y los cantos hasta la prédica, tiene su importancia y ayuda a construir una visión cristiana sólida. Esta cosmovisión actúa como un filtro para interpretar toda la realidad, afectando decisiones, actitudes y acciones de las personas, muchas veces sin que se den cuenta (Lammé, 2012).

Sin importar cómo sea la iglesia, lo más importante aquí es ser intencionados. Cada parte del servicio debe tener un objetivo formativo, hasta que Cristo se forme completamente en la vida de cada creyente (Gálatas 4:19). Y eso implica una predicación completa: no solo se debe hablar de la salvación o de hacer sentir bien a los asistentes, sino que hay que cubrir "todo el consejo de Dios" (Hechos 20:20; Mateo 28:18-20), enfrentando con claridad bíblica los puntos ciegos culturales y los pecados de nuestra época. Si la iglesia no hace un discipulado intencional, el mundo se encargará de hacerlo, aunque sea de manera accidental.

El objetivo va más allá de simplemente generar conversiones emocionales; se trata de formar cristianos que tengan una cosmovisión bíblica integral, capaces de entender el mundo y la vida desde la perspectiva de Dios. Pastores y líderes, este es nuestro desafío: cada domingo, durante el servicio y en cada detalle, tenemos la oportunidad de crear una experiencia que fomente una cosmovisión fiel, sólida, resistente y, sobre todo, bíblica. El servicio dominical tiene que ser una herramienta intencional para discipular a los creyentes y transformar su forma de ver las cosas, contrarrestando así la influencia de esas 'liturgias invisibles' que vienen del mundo.
(Agradezco al pastor J. Tolle (2025), quien en un mensaje en Life Pacific University (LPU) compartió este concepto que me llamó la atención y que he querido transmitir aquí).

Reflexión:
¿Cómo estamos organizando y llevando a cabo el servicio dominical para que refleje una visión del mundo basada en los valores y principios bíblicos, y de esa manera nos ayude a resistir las narrativas de la cultura actual?

Oración: 
Padre celestial, hoy venimos ante Ti reconociendo que vivimos en un mundo lleno de voces, rutinas y mensajes que intentan influir en nuestra forma de pensar y vivir. Te pedimos perdón por aquellas veces en que hemos permitido que esas “liturgias invisibles” guíen nuestro corazón más que Tu Palabra.

Señor, gracias por el privilegio de reunirnos cada domingo. Te rogamos que nuestros cultos no sean meras reuniones superficiales, sino momentos de auténtico discipulado, donde Tu Espíritu renueve nuestra mente y nos moldee a la imagen de Cristo. Que cada cántico, cada oración, cada lectura de la Biblia, y cada predicación sirvan como herramientas para transformar nuestra visión del mundo y alinear nuestras vidas con Tu voluntad, que es buena, agradable y perfecta.

Pedimos de manera especial por los pastores y líderes, dales sabiduría y valor para proclamar todo Tu consejo, sin miedo a desafiar los engaños de la cultura. Que nuestras iglesias no se adapten al mundo, sino que se conviertan en comunidades que resisten con la verdad y reflejan la luz de Cristo.

Padre, fórmanos para que seamos discípulos íntegros y firmes, con una fe fuerte y un amor sincero, que vivamos para Tu gloria en medio de este mundo. Que cada servicio dominical sea un espacio de encuentro contigo que fortalezca nuestra fe y nos prepare para ser luz y sal dondequiera que estemos. Amén.

jueves, 21 de agosto de 2025

El desafío de ser buena tierra

¡Escuchen! Un agricultor salió a sembrar. A medida que esparcía las semillas por el campo, algunas cayeron sobre el camino y los pájaros vinieron y se las comieron. Otras cayeron en tierra poco profunda con roca debajo de ella. Las semillas germinaron con rapidez porque la tierra era poco profunda; pero pronto las plantas se marchitaron bajo el calor del sol y, como no tenían raíces profundas, murieron. Otras semillas cayeron entre espinos, los cuales crecieron y ahogaron los brotes; pero otras semillas cayeron en tierra fértil, ¡y produjeron una cosecha que fue treinta, sesenta y hasta cien veces más numerosa de lo que se había sembrado! Todo el que tenga oídos para oír, que escuche y entienda» (Mateo 13:3-9, NTV

Una de las parábolas más famosas de Jesús es la del sembrador (Mateo 13:1-9, 18-23). Con palabras simples, el Maestro nos enseña que cada corazón puede reaccionar de forma distinta al escuchar la Palabra de Dios. La semilla siempre es buena —es la Palabra viva y poderosa de Dios (1 Pedro 1:23; Isaías 55:10-11)—, pero los resultados dependen del estado del terreno donde cae: nuestros corazones. 

Lo primero que llama la atención en esta historia es el sembrador. A diferencia de un agricultor que cuida cada semilla, este sembrador es generoso y algo “derrochador”. Esparce la semilla por todo tipo de terreno: al lado del camino, entre piedras, entre espinos y en buena tierra. Este detalle revela el corazón de Dios: Su Palabra y Su gracia se ofrecen abundantemente, incluso sabiendo que no siempre serán bien recibidas.

Jesús explicó que algunos corazones se encuentran a veces en un estado como el camino: oyen la Palabra, pero no la comprenden, y el enemigo se lleva lo sembrado (Mateo 13:19). Otro estado del corazón es como el terreno pedregoso: reciben la Palabra con alegría al principio, pero carecen de raíces profundas, y se desaniman ante la prueba (Mateo 13:20-21). También están aquellos corazones entre espinos: la Palabra se ahoga por las preocupaciones, ansiedades y la atracción de las riquezas (Mateo 13:22). Finalmente, está la buena tierra: quienes escuchan, comprenden y perseveran, dando una cosecha abundante (Mateo 13:23; Colosenses 1:6).

La verdad es que a lo largo de nuestras vidas, podemos experimentar los cuatro terrenos en diferentes momentos. A veces le hacemos resistencia a la Palabra, otras la aceptamos de manera superficial, y en ocasiones la dejamos ahogar por preocupaciones… pero también podemos convertirnos en buena tierra cuando abrimos nuestro corazón con humildad y obediencia. El llamado es claro: "Todo el que tenga oídos para oír, que escuche y entienda" (Mateo 13:9, NTV).

Ser buena tierra trata de escuchar con atención, recibir con fe, obedecer con disposición y permanecer firmes incluso en las pruebas (Santiago 1:22-25). El salmista lo expresa claramente: “Bienaventurado el hombre… que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche. Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo” (Salmo 1:1-3).

Esta parábola también nos llena de esperanza: la semilla de Dios nunca es en vano. Aunque muchos la rechacen o la ahoguen, siempre habrá quienes respondan con fe, y el fruto será abundante. Como dice Pablo: “Lo que el hombre siembre, eso segará” (Gálatas 6:7). Y Jesús dice: “El que tiene oídos, que oiga” (Mateo 13:9).


REFLEXIÓN:

[1] Mirando las veces que mi corazón ha sido como un "terreno pedregoso" o rodeado de "espinos", ¿qué "piedras" (pruebas o desánimo) o "espinos" (preocupaciones o deseos) he notado que me han frenado para crecer y dar fruto, tal como menciona esta parábola y como lo describe el apóstol Pablo en Gálatas 5:22-25?

[2] Ahora que sé que puedo convertirme en "buena tierra", ¿qué prácticas y actitudes específicas estoy listo/a para incorporar en mi día a día para cultivar mi corazón y prepararlo mejor para recibir y hacer prosperar las enseñanzas de Cristo (Mateo 5 a 7)?

ORACIÓN:
Padre bueno y generoso, te doy gracias porque Tú eres el sembrador que no escatima en esparcir Tu Palabra con abundancia en mi vida. Gracias porque, aun conociendo la dureza y fragilidad de mi corazón, me sigues hablando y llamando a volver a Ti.
Señor, reconozco que muchas veces he sido como tierra dura, pedregosa o llena de espinos. He escuchado Tu voz y no la he entendido; la he recibido con emoción pasajera sin raíces profundas; he permitido que las preocupaciones, los afanes y los deseos de este mundo ahoguen la semilla que sembraste en mi. Perdóname, Padre, y límpiame de todo aquello que impide que Tu Palabra florezca.
Hoy pido que Tu Espíritu Santo are mi corazón, quite las piedras y espinos, y me convierta en buena tierra. Quiero escuchar Tu Palabra con humildad, obedecerla con fidelidad y perseverar hasta dar fruto abundante para Tu gloria.
Señor, hazme como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y cuya hoja no cae (Salmo 1:3). Que Tu Palabra habite en mi con poder, transformando mi vida, mi familia y mi comunidad.
Te rindo me corazón, Padre amado, y te pido que lo hagas fértil para cumplir Tu propósito. Que sea tierra buena, sembrada por Ti, que dé fruto al ciento por uno por medio de Jesucristo para Tú gloria. Amén.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Mujeres mayores discipulando a mujeres jóvenes

 

"De manera similar, enseña a las mujeres mayores a vivir de una manera que honre a Dios. No deben calumniar a nadie ni emborracharse. En cambio, deberían enseñarles a otros lo que es bueno. Esas mujeres mayores tienen que instruir a las más jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a vivir sabiamente y a ser puras, a trabajar en su hogar, a hacer el bien y a someterse a sus esposos. Entonces no deshonrarán la palabra de Dios"
(Tito 2:3-5, NTV).

En Tito 2:3-5, el apóstol Pablo presenta un modelo claro de ministerio intergeneracional femenino en el contexto de la iglesia. En él, las mujeres mayores son llamadas a discipular a las más jóvenes con su ejemplo y enseñanza, cultivando así una comunidad sólida y piadosa.

Todo comienza con el testimonio de una vida que teme a Dios, donde la madurez espiritual se refleja en la conducta diaria. Estas mujeres deben ser cuidadosas con sus palabras, sabias, sobrias y no esclavas de malos hábitos. Su vida íntegra les da autoridad para enseñar lo bueno y correcto, lo que glorifica a Dios.

El discipulado que Pablo describe es integral: forma el carácter, fortalece el hogar y refleja el evangelio al mundo. Las mujeres mayores deben entrenar a las jóvenes en amar a sus esposos e hijos, a ejercer dominio propio, a vivir con pureza, a cuidar su hogar y a mostrar una actitud de respeto y cooperación en el matrimonio. El modelo bíblico incluye formación práctica en relaciones saludables, lo cual fortalece el hogar y la comunidad de fe. Criar hijos conforme al temor de Dios no se improvisa. Las mujeres maduras pueden compartir experiencias, valores y sabiduría para que las madres jóvenes edifiquen su hogar en fe y paciencia.

Este ministerio no se trata solo de transmitir información, sino de compartir vida, caminar juntas, sanar heridas y fortalecer el andar con Dios. En una cultura que celebra la independencia desarraigada, el modelo de Tito 2 nos recuerda que el Reino de Dios crece por medio de relaciones generacionales de amor, humildad y verdad.

El ministerio intergeneracional descrito por Pablo en Tito 2:3-5 es un modelo de discipulado femenino integral: forma carácter, fortalece hogares y protege el testimonio del evangelio en la comunidad. Las mujeres mayores no solo enseñan con palabras, sino con una vida digna de imitar, y las jóvenes aprenden a vivir con propósito, integridad y sabiduría.

Preguntas para reflexionar:
  1. ¿Qué mujeres mayores han influido positivamente en su vida espiritual y cómo puede usted hacer lo mismo con otras?
  2. ¿Qué áreas de su vida podrían ser formadas o fortalecidas si usted se acercara a una mentora de fe madura?

Oración: Señor, levanta en tu iglesia mujeres sabias, reverentes y llenas de tu amor, que discipulen a las más jóvenes con ternura y verdad. Que vivamos como comunidad intergeneracional que refleja tu Reino. Amén.

domingo, 3 de agosto de 2025

Loida, Eunice y Timoteo: un ministerio intergeneracional


"Recuerdo la sinceridad de tu fe, que primero inspiró a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora resuena en ti. Estoy completamente convencido de ello" 
(2 Timoteo 1:5, NVI).

La historia de Loida, Eunice y Timoteo en 2 Timoteo 1:5, 3:15, y Hechos 16:1-2, ofrece un poderoso testimonio de ministerio intergeneracional y del impacto que una fe genuina puede tener a través del tiempo. Timoteo, un joven líder del Nuevo Testamento, fue fruto de una profunda inversión espiritual de su abuela Loida y su madre Eunice. Ellas no solo le transmitieron enseñanzas, sino que vivieron esas verdades, dejando una marca imborrable de autenticidad espiritual que moldeó su carácter y su ministerio.

Desde su infancia, Timoteo recibió instrucción en las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 3:15). Este énfasis en la educación/formación desde los primeros años, como se menciona en Deuteronomio 6:6-7, Proverbios 22:6 y Efesios 6:4, subraya que el hogar es el “primer seminario”. Padres y abuelos se convierten en los mentores iniciales de la fe, estableciendo los cimientos para una profunda conexión con Dios.

Adicionalmente, Loida y Eunice criaron a Timoteo en un entorno familiar mixto, donde pudieron existir desafíos espirituales debido a su padre griego. Sin embargo, esto no opacó su influencia piadosa, que resultó ser fundamental. La integridad de Timoteo fue su mejor carta de presentación, una clara evidencia de que una formación cristocéntrica puede prosperar incluso en circunstancias difíciles. Al igual que Moisés, José y Daniel, Timoteo fue un testigo firme en un mundo que con frecuencia es adverso a la fe.

La dedicación de estas dos mujeres trascendió la familia. Timoteo se convirtió en el colaborador más leal del apóstol Pablo, dedicándose al evangelio y liderando congregaciones. Tal como Josué fue moldeado por Moisés y Tito por Pablo, Timoteo fue el producto de una formación intencional con una visión generacional, demostrando que el discipulado en el hogar puede producir líderes con un impacto apostólico que perdura en el tiempo.

REFLEXIÓN:
  1. ¿Cómo estoy invirtiendo en la fe de las próximas generaciones?
  2. ¿Qué estoy enseñando en casa que dejará huellas eternas?

Oración: Señor, gracias por el ejemplo de Loida y Eunice. Ayúdame a ser un canal de fe viva para quienes vienen después de mí. Que mi legado sea Cristo hecho grande en cada generación. Amén.

viernes, 18 de julio de 2025

La madre del rey Lemuel: ministerio intergeneracional

 
(Sierra Nevada de Santa Marta, COLOMBIA)

Los dichos del rey Lemuel. Oráculo mediante el cual su madre lo instruyó: «¿Qué pasa, hijo mío? ¿Qué pasa, hijo de mis entrañas? ¿Qué pasa, fruto de mis votos al SEÑOR? No gastes tu vigor en las mujeres, ni tu fuerza en las que arruinan a los reyes. »No conviene que los reyes, oh Lemuel, no conviene que los reyes se den al vino, ni que los gobernantes se entreguen al licor, no sea que al beber se olviden de lo que la ley ordena y priven de sus derechos a todos los oprimidos. Dales licor a los que están por morir, y vino a los amargados; ¡que beban y se olviden de su pobreza! ¡que no vuelvan a acordarse de sus penas! »¡Levanta la voz por los que no tienen voz! ¡Defiende los derechos de los desposeídos! ¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y necesitados!» 
(Proverbios 31:1-9, NVI).

En Proverbios 31:1-9 encontramos una joya de sabiduría a menudo ignorada: la valiosa enseñanza de una madre a su hijo, el rey Lemuel. No se dirige a él como cualquier madre, sino como una mentora espiritual, dedicada a forjar el carácter de un líder justo y reverente ante Dios.

Ella le enseña a proteger su integridad, a practicar el autocontrol, a evitar los excesos que conducen a la ruina y, sobre todo, a gobernar con empatía y equidad. Le advierte sobre los peligros del vino (Proverbios 20:1; 23:29-35) y los deseos que nublan el juicio (Proverbios 5:1-23), instándole a alzar la voz por quienes no pueden hacerlo, a defender al pobre y al necesitado (Salmo 82). Esta madre no solo educó a su hijo: formó a un rey que se preocuparía por su pueblo y dejaría una huella duradera.

Este pasaje pone de manifiesto la influencia del discipulado intergeneracional. Lo que ocurre en el hogar, en el ambiente de conversaciones llenas de amor, de sincero interés por el otro y de propósito, puede tener un impacto eterno y trasciende generaciones. Aunque el nombre de la madre no se menciona en el texto, la sabiduría de esta mujer continúa formando generaciones a través de la Escritura.

Hoy, padres, madres, mentores y líderes, tenemos la responsabilidad de hacer lo mismo: invertir de manera intencionada en quienes vendrán después con palabras que moldean carácter, con verdad y gracia.

REFLEXIÓN:
  1. ¿A quién estoy formando hoy con mis palabras, mi ejemplo y mis oraciones?
  2. ¿Estoy transmitiendo principios que edifiquen un liderazgo íntegro, justo, compasivo y sostenible?

Oración: Señor, hazme un mentor fiel. Ayúdame a formar con sabiduría y amor a la próxima generación, para que lidere con integridad, justicia, humildad, verdad y gracia. Amén.