“Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros.” (Efesios 4:11).
El ministerio profético es crucial para la edificación de la iglesia, buscando mantener la pureza y la integridad espiritual en la iglesia de Cristo. Es importante recordar que su objetivo es apuntar hacia Dios y su propósito redentor. El ministerio profético no busca elevar al hombre, sino exaltar a Dios. Además, está enfocado en edificar, exhortar y consolar (1 Corintios 14:3). La iglesia de hoy necesita redescubrir el corazón del ministerio profético para preparar a la iglesia en santidad y cumplir la misión de Dios (Efesios 4:11-12).
[1] El llamado profético en la historia bíblica
En el Antiguo Testamento, los profetas eran elegidos por Dios para transmitir su mensaje y desafiar al pueblo. Moisés, aunque no se consideraba una persona elocuente, tuvo a Aarón como su profeta, es decir, como su voz (Éxodo 4:10-16; 7:1). Un profeta es alguien que habla en nombre de otro: funciona como la voz de Dios para su gente (Jeremías 1:9; Isaías 51:16).
No siempre hablaban de cosas que iban a suceder. Si bien algunos profetas anticiparon eventos futuros (como Daniel, Isaías, o Agabo en Hechos 11:27-29 y 21:10-11), su misión principal era declarar el carácter de Dios, señalar el pecado y llamar al arrepentimiento. Por ejemplo, Elías retó a Israel a dejar atrás la idolatría y regresar al Señor (1 Reyes 18:21).
Estos hombres y mujeres de Dios fueron inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21). La validez de un profeta no se medía solo por los milagros o las señales que realizaba, sino por su lealtad a la verdad revelada y su llamado a seguir a Dios (Deuteronomio 13:1-5).
[2] El ministerio profético en el Nuevo Testamento
Con la llegada del Espíritu Santo durante Pentecostés, la profecía se extendió a toda la iglesia: “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hechos 2:17). Esto implica que cualquier creyente tiene la capacidad de recibir un mensaje profético para edificación, exhortación o consolación (1 Corintios 14:3, 31). Sin embargo, el rol del profeta como un don ministerial va más allá del uso ocasional de la profecía. En Hechos 13:1, vemos que había profetas en el liderazgo de la iglesia de Antioquía. Figuras como Agabo, Silas y Judas (Hechos 15:32; 21:10) muestran que había profetas reconocidos, responsables de guiar y confirmar a la comunidad en momentos críticos.
Los apóstoles y profetas que forman el fundamento de la iglesia en el Nuevo Testamento son un grupo único e irrepetible, ya que fueron elegidos por Dios para revelar y registrar en las Escrituras el mensaje eterno de salvación (Efesios 2:20; Hebreos 1:1-2). Su autoridad es canónica y se mantiene como la norma absoluta para la fe y la vida de la iglesia. Por otro lado, los profetas de hoy son siervos de Dios que, bajo la dirección del Espíritu Santo, edifican, exhortan y consuelan a la iglesia (1 Corintios 14:3). Sin embargo, su ministerio siempre debe ser evaluado a la luz de la Palabra escrita. Así, mientras los primeros sentaron las bases, los actuales ayudan a la iglesia a permanecer fiel y edificada sobre ese fundamento ya establecido, cuyo centro y cabeza es Jesucristo (1 Corintios 3:11; Efesios 4:15).
La Palabra de Dios misma puede considerarse profética, pues fue escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo que recibieron revelación divina y la transmitieron de manera fiel (2 Pedro 1:18-21). Cada página de la Escritura nos revela el carácter y la voluntad de Dios, nos llama a la obediencia y nos guía hacia Cristo, que es el cumplimiento de todas las promesas proféticas (Lucas 24:44; Hebreos 1:1-2). La profecía bíblica no solo abarca predicciones de eventos futuros, sino que, especialmente, también incluye exhortaciones, advertencias y consuelos para el presente, para que la iglesia sea edificada, guiada y fortalecida en la verdad. Por eso, al abrir la Biblia y proclamarla, estamos escuchando la voz profética de Dios que permanece para siempre (Isaías 40:8; Apocalipsis 19:10).
[3] El corazón del profeta: características esenciales
El verdadero profeta no se define por títulos, visiones espectaculares o popularidad, sino por su carácter y obediencia a Dios. Veamos algunas características del corazón profético:
[a] Habla con valentía y verdad: Juan el Bautista es un gran ejemplo. Aunque no hizo milagros, Jesús lo llamó “más que profeta” (Mateo 11:9-11). El llamaba al arrepentimiento (Mateo 3:2-8). No temía confrontar el pecado. No hacía acepción de personas (Mateo 14:3-4). El profeta no acomoda la verdad para agradar a los hombres, sino que proclama la verdad de Dios.
[b] Vive en integridad: Un profeta no solo proclama la verdad, la vive. El carácter precede al carisma. Ananías, descrito como “varón piadoso” (Hechos 22:12), ilustra cómo el testimonio abre puertas al ministerio. Sin santidad, las palabras pierden peso (2 Timoteo 2:21).
[c] Discierne lo oculto: El profeta, lleno del Espíritu, puede discernir los motivos y pensamientos del corazón (1 Corintios 14:24-25; Hechos 5:3-4). Esto no es para juzgar, sino para traer convicción, arrepentimiento y restauración.
[d] Consuela y edifica: El ministerio profético no es destructivo ni condenatorio. Su fin es levantar al caído, animar al desanimado y fortalecer a la iglesia en la esperanza de Cristo (Hechos 15:32; 1 Corintios 14:3).
[e] Está dispuesto a sufrir por la verdad: Los profetas a menudo fueron rechazados, perseguidos e incluso martirizados. Juan el Bautista fue decapitado (Mateo 14:10), Jeremías encarcelado (Jeremías 37:15), y muchos otros sufrieron por causa del mensaje. El corazón del profeta acepta el costo de proclamar la verdad (Hechos 5:29-42).
[4] El impacto del ministerio profético en la iglesia
Protege la pureza de la doctrina. El profeta llama al pueblo a regresar a la verdad y a rechazar la idolatría, las modas espirituales y los engaños (Tito 1:9; 1 Juan 4:1; Deuteronomio 13:1-4; Jeremías 23:16-17, 28-29; Judas 1:3-4).
Fortalece la vida espiritual. Despierta el temor de Dios, la pasión por la santidad y el compromiso con la misión (Salmo 34:9-14; Proverbios 8:13; Hechos 13:1-3; Miqueas 6:8).
Ofrece dirección en tiempos de crisis. Como sucedió con Agabo durante la hambruna (Hechos 11:27-30), la voz profética ayuda a la iglesia a prepararse y a enfrentar los desafíos.
Consolida la unidad. Al convocar al arrepentimiento y la fidelidad, el profeta ayuda a que la iglesia se mantenga firme en Cristo y no se deje llevar por “todo viento de doctrina” (Efesios 4:14-16). El concilio de Jerusalén, con discernimiento profético y apostólico, trajo claridad doctrinal y unidad en medio de una controversia (Hechos 15:28-31).
En una era donde muchos buscan mensajes que los hagan sentir bien y motivados, la voz profética es vital para recordarnos que Dios sigue siendo santo, que el pecado es serio y que el arrepentimiento es esencial.
[5] El profeta y el sacerdocio de todos los creyentes
No todos tienen el don ministerial de profeta, pero cualquier creyente puede ser utilizado en el don de profecía. Pablo nos anima a "procurar profetizar" (1 Corintios 14:39). La iglesia necesita espacios donde este don se exprese de manera ordenada, bajo el liderazgo adecuado y en sumisión a la Palabra de Dios (1 Corintios 14:29-33). Esto no sustituye la responsabilidad de los pastores, sino que la complementa. El ministerio profético nos recuerda que el Espíritu Santo reparte dones a cada miembro para la edificación del cuerpo (1 Corintios 12:7).
[6] Llamado a la acción: necesitamos profetas de acuerdo al corazón de Dios
El mundo realmente necesita líderes que se expresen con valentía, pero también con amor. La iglesia, por su parte, necesita profetas que no se dejen llevar por la popularidad o el aplauso, sino que amen más la gloria de Dios que la aceptación de los hombres. Hoy en día, Dios busca hombres y mujeres que tengan un corazón como el de Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8). Que se atrevan a levantar su voz en medio de la confusión cultural, que llamen al arrepentimiento y que compartan la esperanza que encontramos en Cristo. El corazón del profeta late con pasión por la gloria de Dios y por el bienestar espiritual de su pueblo. Su objetivo no es solo impresionar con palabras, sino ver a la iglesia alineada con la voluntad de Dios, edificada en amor y firme en la verdad (Efesios 4:11-16).
Conclusión
El profeta es un regalo de Cristo a la iglesia. No es un adivino ni un oráculo infalible, sino un siervo que escucha la voz de Dios y la transmite fielmente para edificación. Su tarea es confrontar el pecado, consolar al afligido, edificar al cuerpo y señalar siempre hacia Cristo, la roca eterna.
Reflexión
¿De qué manera estoy permitiendo que la voz profética de la Palabra de Dios confronte mi vida, me llame al arrepentimiento y me guíe a una relación más profunda con Cristo?
¿Estoy dispuesto a ser un instrumento en manos de Dios, hablando con valentía y amor la verdad del evangelio, aun cuando esto implique incomodidad o rechazo?
Oración: Señor Jesucristo, levanta profetas que hablen tu verdad con amor y valentía. Abre nuestros oídos para escuchar tu voz, despierta en nosotros arrepentimiento genuino y danos un corazón dispuesto a obedecerte. Haz de tu iglesia un pueblo santo, unido y fiel, preparado para tu venida gloriosa.