¡Escuchen! Un agricultor salió a sembrar. A medida que esparcía las semillas por el campo, algunas cayeron sobre el camino y los pájaros vinieron y se las comieron. Otras cayeron en tierra poco profunda con roca debajo de ella. Las semillas germinaron con rapidez porque la tierra era poco profunda; pero pronto las plantas se marchitaron bajo el calor del sol y, como no tenían raíces profundas, murieron. Otras semillas cayeron entre espinos, los cuales crecieron y ahogaron los brotes; pero otras semillas cayeron en tierra fértil, ¡y produjeron una cosecha que fue treinta, sesenta y hasta cien veces más numerosa de lo que se había sembrado! Todo el que tenga oídos para oír, que escuche y entienda» (Mateo 13:3-9, NTV
Una de las parábolas más famosas de Jesús es la del sembrador (Mateo 13:1-9, 18-23). Con palabras simples, el Maestro nos enseña que cada corazón puede reaccionar de forma distinta al escuchar la Palabra de Dios. La semilla siempre es buena —es la Palabra viva y poderosa de Dios (1 Pedro 1:23; Isaías 55:10-11)—, pero los resultados dependen del estado del terreno donde cae: nuestros corazones.
Lo primero que llama la atención en esta historia es el sembrador. A diferencia de un agricultor que cuida cada semilla, este sembrador es generoso y algo “derrochador”. Esparce la semilla por todo tipo de terreno: al lado del camino, entre piedras, entre espinos y en buena tierra. Este detalle revela el corazón de Dios: Su Palabra y Su gracia se ofrecen abundantemente, incluso sabiendo que no siempre serán bien recibidas.
Jesús explicó que algunos corazones se encuentran a veces en un estado como el camino: oyen la Palabra, pero no la comprenden, y el enemigo se lleva lo sembrado (Mateo 13:19). Otro estado del corazón es como el terreno pedregoso: reciben la Palabra con alegría al principio, pero carecen de raíces profundas, y se desaniman ante la prueba (Mateo 13:20-21). También están aquellos corazones entre espinos: la Palabra se ahoga por las preocupaciones, ansiedades y la atracción de las riquezas (Mateo 13:22). Finalmente, está la buena tierra: quienes escuchan, comprenden y perseveran, dando una cosecha abundante (Mateo 13:23; Colosenses 1:6).
La verdad es que a lo largo de nuestras vidas, podemos experimentar los cuatro terrenos en diferentes momentos. A veces le hacemos resistencia a la Palabra, otras la aceptamos de manera superficial, y en ocasiones la dejamos ahogar por preocupaciones… pero también podemos convertirnos en buena tierra cuando abrimos nuestro corazón con humildad y obediencia. El llamado es claro: "Todo el que tenga oídos para oír, que escuche y entienda" (Mateo 13:9, NTV).
Ser buena tierra trata de escuchar con atención, recibir con fe, obedecer con disposición y permanecer firmes incluso en las pruebas (Santiago 1:22-25). El salmista lo expresa claramente: “Bienaventurado el hombre… que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche. Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo” (Salmo 1:1-3).
Esta parábola también nos llena de esperanza: la semilla de Dios nunca es en vano. Aunque muchos la rechacen o la ahoguen, siempre habrá quienes respondan con fe, y el fruto será abundante. Como dice Pablo: “Lo que el hombre siembre, eso segará” (Gálatas 6:7). Y Jesús dice: “El que tiene oídos, que oiga” (Mateo 13:9).
REFLEXIÓN:
[1] Mirando las veces que mi corazón ha sido como un "terreno pedregoso" o rodeado de "espinos", ¿qué "piedras" (pruebas o desánimo) o "espinos" (preocupaciones o deseos) he notado que me han frenado para crecer y dar fruto, tal como menciona esta parábola y como lo describe el apóstol Pablo en Gálatas 5:22-25?
[2] Ahora que sé que puedo convertirme en "buena tierra", ¿qué prácticas y actitudes específicas estoy listo/a para incorporar en mi día a día para cultivar mi corazón y prepararlo mejor para recibir y hacer prosperar las enseñanzas de Cristo (Mateo 5 a 7)?
ORACIÓN:
Padre bueno y generoso, te doy gracias porque Tú eres el sembrador que no escatima en esparcir Tu Palabra con abundancia en mi vida. Gracias porque, aun conociendo la dureza y fragilidad de mi corazón, me sigues hablando y llamando a volver a Ti.
Señor, reconozco que muchas veces he sido como tierra dura, pedregosa o llena de espinos. He escuchado Tu voz y no la he entendido; la he recibido con emoción pasajera sin raíces profundas; he permitido que las preocupaciones, los afanes y los deseos de este mundo ahoguen la semilla que sembraste en mi. Perdóname, Padre, y límpiame de todo aquello que impide que Tu Palabra florezca.
Hoy pido que Tu Espíritu Santo are mi corazón, quite las piedras y espinos, y me convierta en buena tierra. Quiero escuchar Tu Palabra con humildad, obedecerla con fidelidad y perseverar hasta dar fruto abundante para Tu gloria.
Señor, hazme como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y cuya hoja no cae (Salmo 1:3). Que Tu Palabra habite en mi con poder, transformando mi vida, mi familia y mi comunidad.
Te rindo me corazón, Padre amado, y te pido que lo hagas fértil para cumplir Tu propósito. Que sea tierra buena, sembrada por Ti, que dé fruto al ciento por uno por medio de Jesucristo para Tú gloria. Amén.
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