“¿Quién es más importante: el que
se sienta a la mesa o el que la sirve? El que se sienta a la mesa, por
supuesto. ¡Pero en este caso no!, pues yo estoy entre ustedes como uno que
sirve.” (Lc.22:27)
(NTV). “Pues ni aun el
Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su
vida en rescate por muchos” (Mt.20:28) (NTV)
(Mr.10:35-45 / Filp.2:1-11)
Para ser grandes en el Reino de
Dios tenemos que tener un corazón de siervo. Así nos lo enseña Jesús. Él hizo mucho énfasis en el liderazgo de
servicio. Esa es la actitud que no solo Él demostró, sino que también la enseñó
y además es la actitud que Él espera de todos aquellos que sirven en la iglesia
(Mr.9:33-35 / Mr.10:35-37 / Lc.22:27 / Jn.13:12-17 / Mt.20:20-28 / Mt.23:1-12 /
Jn.12:24-26 ). Jesús, nuestro gran
líder, dio el ejemplo de un liderazgo marcado por un espíritu de servicio
humilde, dispuesto a dar, antes que recibir, y no buscaba aprovecharse de la
gente, sino que buscaba el bien de las personas (Is.42:1-4 / Is.52:13 a
Is.53:12 / Filp.2:7-8 / 1Jn.3.16 / Lc.22:27 / Jn.10:10-11 / Jn.13:1-11 /
Jn.21:9-13 / Mt.20:29-34 / Lc.7:11-15).
El espíritu de servicio bajo prueba:
Dios resiste al altivo, pero
manifiesta su gracia para con los humildes (1Pe.5:5). Dios odia al orgulloso
(Prov.8:13) y anhela humildad (Miq.6:8). Dios se opuso al orgullo de Usías
(2Cron.26:16), al de Nabucodonosor (Dn.4:21) y al de Herodes (Hch.12:21-23).
Por el otro lado notamos que el exaltó al humilde, como por ejemplo a Moisés
(Nm.12:3), a Daniel (Dn.2:30) y a Pablo (Hch.20:19). La práctica del liderazgo espiritual es imposible si le falta la
humildad (Lc.14:11 / Lc.18:14 / Prov.18:12 / 1Pe.5:5). La Biblia no espera
que seamos “exitosos” al estilo del mundo, sino que seamos fieles y le sirvamos
a Dios con los dones que Él nos da (1Cor.4:2 / Prov.13:17 / Mt.25:21 /
Mt.25:31-40 / Lc.12:42 / Lc.16:10-12 / 2Cor.2:17 / Col.1:7).
El corazón de siervo que Jesús nos
enseñó y demostró se manifiesta en el amor al enemigo, en hacer bien al
prójimo, en buscar la paz con el prójimo, en ser fiel en cosas pequeñas y en
estar dispuestos a cumplir trabajos que no atraen mucho reconocimiento humano
(Prov.25:21-22 / Mt.5:38-48 / Rom.12:14-21 / 1Pe.3:9-18 / Jn.13). Ejemplos de
personajes bíblicos que nos retan a vivir una vida como servidores y como gente
que marca la diferencia en medio de grandes retos son: José (Gn.50:15-21), Eliseo
(2Re.6:20-23), Jesús (Lc.23:34 /
1Pe.2:23), Pablo (1Cor.4:12-13).
Una de las tentaciones más grandes
que experimentamos los líderes cristianos es la tentación de la auto-promoción. Si como líderes o pastores no
somos suficientemente reconocidos en una reunión entonces nos sentimos mal y
reaccionamos muchas veces de maneras extrañas. Muchas veces nos promocionamos de manera inconsciente mostrando las
grandes hazañas que hemos alcanzado o los números que se deben a nuestra
entrega, o exhibimos los títulos que nos hemos ganado. T.S. Eliot dijo una vez
que la mitad del daño que se hace en este mundo se debe a gente que se quiere
sentir importante. Hay quienes dicen que
muchos líderes cristianos sufren de un narcisismo pastoral. El narcisismo
es la adulación de sí mismo y el tratar de rebajar a otros. Esta actitud es
definitivamente totalmente contraria al carácter de Cristo quien vino a este
mundo para servir y no para ser servido.
Muchos de nosotros, quienes somos líderes,
sufrimos más o menos de la auto-promoción, algunos casos llegan a ser aun enfermizos. Muchas de las reuniones de líderes cristianos
se caracterizan por una sutil auto-promoción de sus ministerios, de sus visiones
o de sus logros. Este problema o tentación, en la que fácilmente podemos caer
como líderes cristianos, no es algo nuevo. Los
discípulos de Jesús tuvieron la misma lucha cuando expresaron su
preocupación de quién entre ellos era el más grande (Mr.10:35s). Ellos andaban
buscando los puestos de honor.
Ahora, es interesante notar que
Jesús no dice que no podemos buscar grandeza (Mr.9:35 / 1Tim.3:1), sin embargo,
sí tenemos que hacer la diferenciación entre lo que el mundo entiende por grandeza
y lo que Jesús nos da a entender referente a lo que es la verdadera grandeza. Jesús
enseña y dice que el último será el primero y que el humilde será exaltado. El
pequeño será grande y el que depende de Él será el bendecido. El que da su vida
es quien la gana. Ese espíritu de Jesús no siempre se ve claramente reflejado hoy
en día en las iglesias. A veces parece
que en la misma iglesia se está promocionando un estándar de grandeza de
acuerdo al entendimiento que el mundo tiene de la misma. De repente nos
comparamos los unos a los otros y buscamos ver quién tiene más seguidores en
Facebook, más visitantes en la página de internet, más programas en televisión,
más invitaciones internacionales, más años en el ministerio, el auto más
grande, etc.
Buscando una solución al problema
Si queremos solucionar este
problema debemos empezar admitiendo el
problema o reconociendo la tentación, y además debemos ser honestos delante
de Dios y delante de otros líderes. Si confesamos nuestros pecados Él es fiel y
justo para perdonarnos (1Jn.1:8-9).
De igual forma debemos recordar que,
aunque he sido llamado por Dios a un cierto oficio, no soy el único ni el mejor. Soy
parte de un cuerpo, del cuerpo de Cristo, y no tengo todos los dones.
Requiero de los otros dones. El conjunto de los dones que Dios da a la iglesia
hace que la iglesia pueda crecer saludablemente y pueda así cumplir su misión. Si creo que el don que tengo es el mejor o
el único válido seré un arrogante que no entiende la dinámica de la iglesia
como un cuerpo y como Dios la ha pensado.
Otro asunto que debemos tener en
mente es que Dios nunca pensó en darles
la gloria a otros. En la iglesia la
estrella es Jesús y no una persona, no un ministerio o ministro en
especial. La iglesia no es un asunto
acerca de los líderes o de otra persona en la iglesia, la iglesia es acerca de
Jesús. Es Él quien debe y quiere ser glorificado. Donde Jesús no es más el
centro de la iglesia, entonces toda la perspectiva de lo que debe ser la
iglesia cambia y la muerte comienza a hacer su labor.
Por último, debo recordar como
líder que es saludable si aprendo a
rendir cuentas de mi vida y de mi ministerio. Si me aíslo y no permito que
otros puedan hablar a mi vida, entonces me expongo a la tentación de creerme
auto-suficiente y de creer que soy la última Coca-Cola en el desierto. Sin la ayuda de otros no tendré la
oportunidad de aprender la verdadera grandeza, la de ser siervo y la de ser
parte de un gran equipo llamado iglesia.
Notamos entonces que en el Reino de
Dios la grandeza de un líder es igual al tamaño del corazón de siervo. Esa
grandeza no tiene nada que ver con ser famoso o ejercer poder. Tampoco tiene
que ver con posiciones o con estatus. Esa grandeza no se mide con ver cuántos
le sirven al líder, sino más bien en cuántos son servidos por el líder. La señal
del servicio cristiano se resume en la paradoja: Ser grande a través del
servicio. El camino hacia arriba es el camino hacia ‘abajo’ (Mr.9:35 /
Mr.10:43-44 / Lc.6:38 / Hch.20:35 / Lc.17:33 / Jn.12:24). El título de honor
que se usa en la Biblia para todos aquellos que quieren liderar en el Reino de
Dios es el de ‘esclavo o siervo de Dios’ (Gn.26:24 / Nm.12:7 / Nm.14:24 / 2Sam.7:5
/ Mt.12:18 / Tit.1:1 / Stg.1:1).
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