“. . . ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos,
pero tus discípulos no ayunan? Y Jesús les dijo: ¿Acaso los acompañantes del
novio pueden estar de luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días
cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán. Y nadie pone un remiendo
de tela nueva en un vestido viejo; porque el remiendo al encogerse tira del
vestido y se produce una rotura peor. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos,
porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se
pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan”
(Mt.9:14-17) LBLA
¿Cómo afecta nuestra manera de
pensar nuestro llamado y el cumplimiento de la tarea encomendada? ¿Será que
un cambio de ciertas maneras de pensar acerca de la iglesia puede llevarnos a
tener más impacto en nuestra comunidad de hoy día?
Como sea, estamos llamados a renovar nuestra mente de manera
constante ya que la manera de pensar afecta nuestro estilo de vida y la manera
cómo hacemos las cosas: 2Cor.10:3-5 / Rom.12.1-2 / Rom.13:14 / Ef.4:22-24 /
Col.1:21 / Col.3:10
Hoy en día nos gusta medir lo
que pasa en y a través de la iglesia en números de asistentes, en los
programas que se llevan a cabo, el edificio en el que se llevan a cabo todas
las actividades de la iglesia, etc. Esto lleva fácilmente a que nos comparemos
el uno con el otro, empleándonos a nosotros mismos como estándar de medición
(2Cor.10:12). Sin duda puede llevar este tipo de medición a actitudes de
orgullo, a elogio personal, a jactancia y al desprecio de otros ministerios
(2Cor.10:15-18).
Jesús estaba interesado en
formar a los discípulos para ser
obreros en la cosecha (Mt.4:19). Él no se dejó impresionar ni distraer por
los números de personas que lo seguían comparando el número con los que seguían
a los religiosos de aquel entonces (Jn.6). De hecho, en una ocasión, después de
una enseñanza que no gustó mucho, multitudes lo abandonaron. Eso no lo estresó
para nada. Jesús buscaba otros valores.
¿Cómo
entonces podemos o debemos medir el estado de nuestras iglesias?
¿Se mide el estado de la iglesia por los números de asistentes, por
el presupuesto, por las edificaciones, por los programas, por el
equipo de sonido, por el grupo de alabanza, por las luces, por el
humo, por la pantalla, por …?
¿O será que nos ayudaría si nos concentramos y
enfocamos en lo esencial del ministerio eclesial, en vez de estar
excesivamente preocupados por perfeccionar cosas externas? ¿Será
que vivimos ahora en un tiempo en el que debemos medir el éxito de
la iglesia de manera diferente y más bien evaluar su impacto en la
comunidad y en cómo ésta transforma a su comunidad?
¿Será que es el tiempo para que
revisemos profundamente si el ministerio de la iglesia está
cumpliendo con la ‘Tarea Encomendada’ por Jesús, como por
ejemplo: haciendo discípulos que discipulan (Mt.28:18-20); ayudando
a que matrimonios en crisis sean reparados; contribuyendo que
relaciones interpersonales mejoren; entrenando a todo creyente en la
iglesia para la obra del ministerio en el entorno en el que Dios los
ha colocado; cuidando que la gente en la iglesia esté creciendo en
la fe y en un estilo de vida que glorifica a Dios, trabajando para
que los aun no-alcanzados con el Evangelio de Jesucristo sean
alcanzados?
La pregunta de cuán grande es su iglesia sigue siendo interesante, pero
no puede ser la manera cómo medimos el impacto, la salud y la relevancia de la
iglesia.
Si queremos ser la luz y la sal,
cómo Jesús dice que lo somos, entonces debemos constantemente revisar las maneras
cómo hacemos el ministerio y si éste está cumpliendo la obtención de los
resultados que Jesús espera que logremos – hacer discípulos a todas las
naciones (Mt.28:18-20 / Mt.24:14).
Cómo alguien
dijo: ‘No podemos seguir haciendo las
mismas cosas de la misma manera y esperar resultados diferentes’. Esto lo
debemos considerar especialmente si lo que hemos estado haciendo ya no sirve el
propósito y no obtiene los resultados que Dios quiere que se obtengan. Tampoco vamos a avanzar mucho si solo
estamos copiando métodos, programas, tácticas que otros están usando y que
parecen tener éxito.
La iglesia de hoy día requiere
de una nueva manera de pensar acerca del ministerio y de la tarea que se le ha
encomendado (Rom.12:1-3 / 2Cor.10:3-6). No se trata de tirar por la borda
todo lo viejo. Es verdad, debemos determinar lo que no se puede cambiar
(valores, principios, doctrinas), luego evaluar las maneras, métodos, estilos y
su efectividad, y luego considerar los cambios necesarios.
Los odres deben ser los correctos para
poder hacer la obra y cumplir con el llamado de Dios. Hay odres que no solo no
ayudan sino que son impedimentos y peligrosos. La pelea por preservar los odres viejos se torna frecuentemente en
una herramienta del diablo para frenar la obra de Dios (Mt.9:10-17).
Aunque un odre haya funcionado bien en el
pasado llega el tiempo cuando hay que cambiarlo para poder armar el futuro
fructífero. Sin embargo, hay que examinar bien cuáles son los odres correctos
para la ejecución de la comisión.
Todo cambio puede ser incómodo
y requiere de energía, tiempo y dedicación comprometida. Además, cada cambio requiere que desechemos algo que pudo
haber sido funcional en un pasado, pero que ahora no sirve. Un cambio de
pensamiento (cambio de paradigma) también requiere
que abracemos un nuevo pensamiento, que
aceptemos un nuevo odre, y que procedamos con sabiduría al implementarlo en
la vida diaria de la iglesia.
Para recoger la cosecha que Dios quiere que se recoja en estos tiempos
es importante y necesario que adoptemos
una visión clara de lo que Dios espera de nosotros y de la iglesia y que optemos por maneras de pensar y de
hacer las cosas que de verdad benefician la obra de Dios.
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