martes, 23 de octubre de 2018

Contando números vs midiendo impacto


“. . .  ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, pero tus discípulos no ayunan? Y Jesús les dijo: ¿Acaso los acompañantes del novio pueden estar de luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán. Y nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo; porque el remiendo al encogerse tira del vestido y se produce una rotura peor. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan” (Mt.9:14-17) LBLA

¿Cómo afecta nuestra manera de pensar nuestro llamado y el cumplimiento de la tarea encomendada? ¿Será que un cambio de ciertas maneras de pensar acerca de la iglesia puede llevarnos a tener más impacto en nuestra comunidad de hoy día?
Como sea, estamos llamados a renovar nuestra mente de manera constante ya que la manera de pensar afecta nuestro estilo de vida y la manera cómo hacemos las cosas: 2Cor.10:3-5 / Rom.12.1-2 / Rom.13:14 / Ef.4:22-24 / Col.1:21 / Col.3:10

Hoy en día nos gusta medir lo que pasa en y a través de la iglesia en números de asistentes, en los programas que se llevan a cabo, el edificio en el que se llevan a cabo todas las actividades de la iglesia, etc. Esto lleva fácilmente a que nos comparemos el uno con el otro, empleándonos a nosotros mismos como estándar de medición (2Cor.10:12). Sin duda puede llevar este tipo de medición a actitudes de orgullo, a elogio personal, a jactancia y al desprecio de otros ministerios (2Cor.10:15-18).

Jesús estaba interesado en formar a los discípulos para ser obreros en la cosecha (Mt.4:19). Él no se dejó impresionar ni distraer por los números de personas que lo seguían comparando el número con los que seguían a los religiosos de aquel entonces (Jn.6). De hecho, en una ocasión, después de una enseñanza que no gustó mucho, multitudes lo abandonaron. Eso no lo estresó para nada. Jesús buscaba otros valores.

¿Cómo entonces podemos o debemos medir el estado de nuestras iglesias? ¿Se mide el estado de la iglesia por los números de asistentes, por el presupuesto, por las edificaciones, por los programas, por el equipo de sonido, por el grupo de alabanza, por las luces, por el humo, por la pantalla, por …?
¿O será que nos ayudaría si nos concentramos y enfocamos en lo esencial del ministerio eclesial, en vez de estar excesivamente preocupados por perfeccionar cosas externas? ¿Será que vivimos ahora en un tiempo en el que debemos medir el éxito de la iglesia de manera diferente y más bien evaluar su impacto en la comunidad y en cómo ésta transforma a su comunidad?

¿Será que es el tiempo para que revisemos profundamente si el ministerio de la iglesia está cumpliendo con la ‘Tarea Encomendada’ por Jesús, como por ejemplo: haciendo discípulos que discipulan (Mt.28:18-20); ayudando a que matrimonios en crisis sean reparados; contribuyendo que relaciones interpersonales mejoren; entrenando a todo creyente en la iglesia para la obra del ministerio en el entorno en el que Dios los ha colocado; cuidando que la gente en la iglesia esté creciendo en la fe y en un estilo de vida que glorifica a Dios, trabajando para que los aun no-alcanzados con el Evangelio de Jesucristo sean alcanzados?

La pregunta de cuán grande es su iglesia sigue siendo interesante, pero no puede ser la manera cómo medimos el impacto, la salud y la relevancia de la iglesia.

Si queremos ser la luz y la sal, cómo Jesús dice que lo somos, entonces debemos constantemente revisar las maneras cómo hacemos el ministerio y si éste está cumpliendo la obtención de los resultados que Jesús espera que logremos – hacer discípulos a todas las naciones (Mt.28:18-20 / Mt.24:14).
Cómo alguien dijo: ‘No podemos seguir haciendo las mismas cosas de la misma manera y esperar resultados diferentes’. Esto lo debemos considerar especialmente si lo que hemos estado haciendo ya no sirve el propósito y no obtiene los resultados que Dios quiere que se obtengan. Tampoco vamos a avanzar mucho si solo estamos copiando métodos, programas, tácticas que otros están usando y que parecen tener éxito.

La iglesia de hoy día requiere de una nueva manera de pensar acerca del ministerio y de la tarea que se le ha encomendado (Rom.12:1-3 / 2Cor.10:3-6). No se trata de tirar por la borda todo lo viejo. Es verdad, debemos determinar lo que no se puede cambiar (valores, principios, doctrinas), luego evaluar las maneras, métodos, estilos y su efectividad, y luego considerar los cambios necesarios.
Los odres deben ser los correctos para poder hacer la obra y cumplir con el llamado de Dios. Hay odres que no solo no ayudan sino que son impedimentos y peligrosos. La pelea por preservar los odres viejos se torna frecuentemente en una herramienta del diablo para frenar la obra de Dios (Mt.9:10-17).
Aunque un odre haya funcionado bien en el pasado llega el tiempo cuando hay que cambiarlo para poder armar el futuro fructífero. Sin embargo, hay que examinar bien cuáles son los odres correctos para la ejecución de la comisión.

Todo cambio puede ser incómodo y requiere de energía, tiempo y dedicación comprometida. Además, cada cambio requiere que desechemos algo que pudo haber sido funcional en un pasado, pero que ahora no sirve. Un cambio de pensamiento (cambio de paradigma) también requiere que abracemos un nuevo pensamiento, que aceptemos un nuevo odre, y que procedamos con sabiduría al implementarlo en la vida diaria de la iglesia.

Para recoger la cosecha que Dios quiere que se recoja en estos tiempos es importante y necesario que adoptemos una visión clara de lo que Dios espera de nosotros y de la iglesia y que optemos por maneras de pensar y de hacer las cosas que de verdad benefician la obra de Dios.
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